Se marcharon los reyes
Quizás ya pocos celebran la visita de los reyes de Oriente. Se ha convertido en una celebración opacada por el derroche de fin de año y el sentido comercial de la Navidad. Reyes Magos es el nombre que recibían los sabios eruditos en la antigüedad. El único evangelista que los menciona es Mateo, quien afirmaba que acudieron a rendir homenaje y entregar a Jesús regalos de gran riqueza simbólica: oro, incienso y mirra. En los siglos VI-VII, uno de los primeros expedientes sobre ellos ya se presta a la polémica: que no eran reyes. Que ninguno era negro. Que no fueron 3 y tal vez doce; para otros, más de 60, de aquellos nigromantes que observaban el cielo y siguieron la inédita estrella que anunciaba el nacimiento de un nuevo rey. Posteriormente se adjuntaron relatos que nos fascinaron de pequeños y aún cautivan a millones de adultos cristianos. Hoy no se pediría que traigan oro; los vivos que están detrás de cualquier cosa que huela a dinero, acabarían cargando con todo. Incienso para lisonjear a quienquiera que esté en el poder o un puestito algo superior, tampoco. Y mirra, quizá sí, para untar a los putrefactos codiciosos sin escrúpulos que aún en vida huelen fétido. Aunque ya se marcharon, cuando retornen debieran traer semillas simbólicas de igualdad entre los seres humanos, paz en todas sus acciones y sinceridad en sus procederes.
Ricardo López González