El imperio más deseable

Ello implica esfuerzos y sacrificios, a veces monumentales, pero los resultados no son transitorios porque el individuo se ha dejado tiranizar por el imperio más deseable, el de la razón.

Por mucho que la palabra imperio se haya desprestigiado en boca de muchos “defensores” de libertades, algunas de ellas absolutamente mal comprendidas, debo elevar mi voz en defensa de un imperio deseable. No existe condición humana más degradante que la que se deriva de la imposición de ideas, donde prima la de uno o de pocos sobre la necesidad de pensar de cada individuo. Los regímenes totalitarios, de la tendencia que sean, tratan de imponer su pensamiento individual sobre toda una colectividad, martillando en muletillas de que lo que ellos piensan es lo que conviene a los demás, y tratando de que ese pensamiento sea uniforme. Este es el peor atentado sobre el individuo; lo limita, no le permite ver en distintas direcciones, ni escoger lo que es mejor de acuerdo a sus propias convicciones, lo cual requiere una educación avanzada, ejercicios mentales de prueba y error, algo que es impensable en las tiranías donde las ideas y pensamientos deben ser impuestas desde los tiranos y sus adláteres, quienes por lo general actúan así para mantener sus privilegios.   Les conviene a los totalitarios mantener al pueblo en la ignorancia, lo que obliga a creer en algo que no se ha razonado. Otros simplemente no ofrecen educación. Lo mejor es enseñar a razonar, a discernir, y como consecuencia a escoger la mejor opción y, como consecuencia intercambiar razonamientos con grupos sociales, donde surgen coincidencias, que no van a ser absolutas, pero que desembocan en tendencias, guías indispensables en la política.  No existe razón en los idólatras, en los dogmáticos, peor en los fanáticos, ni en los supersticiosos. Hemos visto ejemplos claros que se disfrazan de revolución, explotando la afición de los indolentes intelectuales, de esperar reivindicaciones a través de interpuestas personas, en lugar de empezarlas dentro de sí mismos. Ello implica esfuerzos y sacrificios, a veces monumentales, pero los resultados no son transitorios porque el individuo se ha dejado tiranizar por el imperio más deseable, el de la razón.

Ing. José M. Jalil Haas