Sobre la exposición Escuela de Pintura de Guayaquil
Nos toca no perder la mirada ni distraerse para ver dónde se ubican esas piezas para el jaque mate.
Escribo sobre esta reciente exposición en tres museos locales comprendiendo su alta importancia y la calidad con la que se ha trabajado. Ya por 30 años vivo intensamente este tránsito de controversias y malestar con gratos momentos, para sostenernos a partir del arte y nunca dejar de vivir como humanos. Como mujer artista e investigadora me lo impuse sin temor, a sabiendas de que podía doler. He disfrutado del esfuerzo hecho por los equipos de la Universidad de las Artes y su proyecto. Tengo observaciones sobre la inclusión como Escuela de Pintura de Guayaquil a personas que poco o nada aportan, aun para enriquecer esa visión artística de nuestra ciudad. Otros, siendo excelente mano, no son ni hacen arte ni parte en Guayaquil; solo venden en el puerto y para eso están en esta urbe negociadora y generosa en múltiples aspectos culturales.
Tampoco pueden aceptarse reclamos absurdos y comparaciones por tamaño de obra o peso del personaje artístico escogido. Me tocó estar entre los escogidos en salas de museos porque por allí no pudieron negar un premiecito. Nunca han visitado este taller los microcuradores.
De otro lado, cabe pedir explicaciones sobre excesos de obras de reserva y colecciones privadas, que con mucho lujo de visiones repiten personajes. Eso es preciso corregir, analizando excluidos, sin caer a los pies de nuevos colonizadores. El discurso hegemónico muy cuidadoso de filtreo, no se escondió en el conversatorio reciente del Museo Municipal. Nos puso frente a un tono panfletario de liderazgos que no necesitamos. Si bien las líneas del poder existen, ahora es aquel poder para asegurar posiciones renovadas con estilo y fortaleza. Nos toca no perder la mirada ni distraerse para ver dónde se ubican esas piezas para el jaque mate.
Patricia León Guerrero