El dilema del Estado central

Aún falta engranar una pieza fundamental para un funcionamiento adecuado, la transparencia.

Como en muchos casos de esta generación, mi consciencia política despertó durante el gobierno de la década y el de turno. Ambos bajo la sombra de la Revolución Ciudadana. Son los periodos en que he podido palpar y analizar seriamente cómo las políticas adoptadas han afectado positiva o negativamente al país. He visto, con un criterio objetivo, cómo se ha manejado el país.

¿Existen recuerdos? Desde luego, más amargos que felices, pero ahí están. Del gobierno de la década recuerdo persecución política y mediática, un Estado obeso manchado de nepotismo en no pocas ocasiones y un discurso al inicio carismático que culminó por representar el más oscuro odio, a nosotros, sus mandantes.

Recuerdo bonanza petrolera, un grito de esperanza para aquellos que más lo necesitaban; una esperanza que se apagó, nunca llegó y, si lo hizo, llegó mal. Recuerdo pantomimas políticas, sobreprecios y elefantes blancos que han sido una cruz pesada de llevar.

Del gobierno actual, un pequeño rayo de esperanza por el regreso atenuado de la institucionalidad y la independencia judicial; las voces que callaron se volvieron a escuchar, esta vez gritaron con fuerza.

La bonanza llegó a su fin, el precio del petróleo cayó y mantenemos obligaciones económicas vigentes con las petroleras. Nos golpeó una pandemia para la que no estábamos social, cultural ni económicamente preparados. Sin embargo, a pesar de todo esto, el tinte de las relaciones políticas favorecidas se mantienen en este gobierno, continúan en menor grado los sobreprecios, y muchos de la década anterior siguen ahí, esperando aprovecharse de los recursos públicos.

Enhorabuena la denuncia ciudadana ha cobrado voz y voto hoy en día, las redes sociales ya no son solo entretenimiento, sino un verdadero medio de comunicación y protesta. El pueblo ya no quiere ignorar, quiere responsables. La alarma y el descontento social se hacen notar cada vez más en busca de respuestas; claman saber el destino de los recursos públicos mal empleados por parte del Estado Central, un hecho notorio que no necesita mayores justificaciones.

Este mal manejo de recursos públicos, incluso ha avivado -en no pocas o desautorizadas opiniones- el llamado al Federalismo, algo que requeriría una reforma constitucional, por la rigidez de nuestra norma suprema, hoy por hoy difícil de aplicar, pero no imposible.

En esto se traduce el dilema del Estado central, en no mantener un orden lineal de ideas, tener opiniones partidas influenciadas por intereses particulares en lugar del colectivos, aquel interés que pertenece a los ciudadanos. Mientras la corrupción se muestre como un verdadero patrón de conducta dentro de cada nivel que estructura al Estado, y no se determinen verdaderamente a los responsables, seguiremos siendo un país descompuesto. Aún falta engranar una pieza fundamental para un funcionamiento adecuado, la transparencia.

José Daniel Alfonzo León