Cuando la democracia es malentendida

No existe mayor peligro para un pueblo que aquel que se presenta cuando sus dirigentes políticos manejan un concepto totalmente equivocado de democracia. Debemos tener claro que esta es una forma de gobierno del Estado, donde el poder es ejercido por el pueblo mediante mecanismos legítimos de participación en la toma de decisiones políticas. Mas, el poder no puede ser ejercido por cualquiera. En una democracia responsable, como en toda organización, se delega el ejercicio del poder a aquellos que están capacitados para ejercerlo. Por ejemplo: ¿sería responsable encargar la conducción de un bus que transporta personas, o el pilotaje de un avión a alguien que no se ha preparado o estudiado para hacerlo? Es lo que pasa en países con muy poca preparación y por esta razón alarma la manera en que se han manejado las reformas electorales: no se establece requisitos para posiciones de elección popular y llegan a la Asamblea personas sin conocimiento de las tareas que les toca ejecutar: ¡no conocen ni siquiera la Constitución y están encargadas de interpretarla o modificarla! Y se elige presidentes sin que conozcan lo que deben hacer. Por estas razones nuestras democracias caminan de tumbo en tumbo. Las leyes electorales deben garantizar, por lo menos, que quienes optan por una candidatura estén debidamente preparados para las actividades que ese cargo impone. Mientras no se ponga requisitos mínimos a los candidatos y se mantenga como “demostración democrática” requisitos como la edad y nada más, el país no va a progresar. Las reformas al Código de la Democracia, que se han limitado a cuestiones superficiales como la equidad de género que no garantiza, tal y como está concebida, los méritos necesarios, o la participación de la juventud, sin establecer requisitos, son un abono al caos electoral que se vive. Y se debe reformar esa puerta abierta a la cantidad de partidos y movimientos políticos que resulta en una dispersión perjudicial que entrega autoridades con votaciones escasas, sin legitimidad sólida.

Ing. José M. Jalil Haas