Cartas de lectores

La aventura de orar

Su Gracia nos enseñará cómo vivir cada día mejor y nos dará fuerzas para hacerlo

Al hombre le gusta trabajar y orar para acercarse más a Dios y dejarse llevar por el Espíritu Santo, pero también es un ser religioso para alcanzar la madurez de persona. Dios es más necesario que la luz y la respiración. Debemos orar mucho para demostrar nuestra fe, crecer en vida espiritual y sentirnos personas realizadas. Hagamos el esfuerzo de caminar con Dios orando. Quien ora va descubriendo que todo cuanto busca está en su interior y que dentro de su corazón el Espíritu Santo habita. Digámosle: “Señor, enséñanos a orar”. El creyente para orar necesita libertad, abandonar muchas cosas y andar con pie firme sobre la tierra, siempre mirando al cielo. Orar con un corazón lleno de ternura y misericordia. Como María, que en su experiencia callada hizo posible lo imposible: que de una virgen naciese un hombre: Jesús, su hijo. Tenemos que sentirnos orgullosos por ser hijos de Dios, comprender la riqueza que supone el amor de los padres y la ternura de sus hijos. Qué pena que muchos no se enteran de la inmensa alegría que proporciona este mutuo amor. Todos debemos sentir fortaleza cogidos de la mano poderosa de Dios, como el niño pequeño de la mano de su padre. Jesús quiso enseñarnos la mejor manera de orar: Padre nuestro que estás en los cielos. Debemos orar para que la vida se multiplique y llegue para todos. Avanzaríamos grandemente en la perfección si cada día nos pusiéramos unos minutos a los pies del Señor y escucháramos sus palabras de amor, paz y gozo. Su Gracia nos enseñará cómo vivir cada día mejor y nos dará fuerzas para hacerlo.

Martha Reclat de Ortiz