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Los escritores también han empezado a usar a  expertos con el fin de garantizar que sus obras no sean rechazadas.Cortesía

Trabajo: censurar la literatura

La industria librera emplea con más frecuencia a los ‘sensitivity readers’, cuya labor es eliminar las frases políticamente incorrectas

¿Debe la literatura ofrecer un modelo moral a sus lectores, o debe la libertad de expresión primar frente a la corrección política?

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Un debate que lleva años gestándose se volvió más real y preocupante la semana pasada cuando la Roald Dahl Story Company, entidad británica que maneja los derechos de autor del difunto escritor inglés, anunció un proceso de sanitización a afamadas novelas infantiles, como ‘Charlie y la fábrica de chocolates’ (ver subnota).

Sin embargo, esta decisión es tan solo el último eslabón de una tendencia que surgió en 2017, cuando las primeras editoriales norteamericanas crearon el puesto de ‘sensitivity readers’, o    ‘lectores con sensibilidad’. El objetivo es simple: leer un texto buscando cualquier aspecto que pueda herir la sensibilidad de un determinado colectivo y sugerir su cambio.

La vacante empezó con especialistas en temas raciales y se extendió para incluir a especialistas en temas como sexualidad, depresión, desórdenes alimenticios e infertilidad.

Los escritores también han empezado a usar a estos expertos con el fin de garantizar que sus obras no sean rechazadas por las editoriales o los lectores.

Kate Clanchy, escritora de la biografía ‘Some kids I taught and what they taught me,’ empleó a dos en la segunda reedición tras recibir críticas sobre insensibilidad racial.

Lo políticamente incorrecto puede ser esencial para el valor estético de un texto. Imagina ‘Un hombre muerto a puntapiés’ si le quitas ese aspecto

Xavier Michelena
Paradiso Editores

“Si bien acepto que los tiempos cambian, también es evidente que el trabajo de estas personas es retratar el mundo como debería ser y no como es”.

En 2021, tras el catastrófico lanzamiento de ‘American Dirt’, de Jeannie Cummings, la editorial Flatiron books también empezó a contratar sus propios lectores con sensibilidad.

Y es que, el año anterior, la novela de Cummings generó violentas reacciones cuando se determinó que la autora, que escribió una historia sobre migración, era blanca y americana.

En su momento, la editorial defendió la libertad de la ficción, pero finalmente cedió ante la presión.

¿Censura? ¿Conciencia? El debate es extenso.

Y si bien este cargo aún no se ha extendido a América Latina, EXPRESO consultó a editores nacionales sobre la posibilidad de que esta tendencia se enquiste en la industria local.

Para Xavier Michelena, de Paradiso Editores, es válido revisar una obra en conjunto con el autor, para evitar “ruido en la comunicación”. Afirma, no obstante, que esto no se debe aplicar a obras de décadas pasadas.

“Lo políticamente correcto puede ser esencial para el valor estético de un texto. Imagina ‘Un hombre muerto a puntapiés’ (de Pablo Palacios si le quitas ese aspecto”, reflexionó.

Con él concordó María Paulina Briones, de la editorial Cadáver Exquisito, quien señaló que es “importante preservar ciertos textos precisamente para poder estudiarlos luego en sus contextos”. Pero si bien se posicionó en contra de las censuras, añadió que “entiendo que una editorial se plantee posturas políticas que la lleven a desistir de publicar un texto”.

Para Laura Nivela, de la editorial Cuerpo de Voces, esta es una táctica de homogenización. “Las grandes editoriales buscan llegar a más públicos sin verse envueltos en problemas, pero sin cuestionarse su proceso de selección de obras o su política editorial”.

  • POLÉMICA. Roald Dahl fue sanitizado

De ‘gordo’ a ‘enorme’, de ‘hombres’ a ‘personas’ y la eliminación de la palabra ‘feo’ como adjetivo descriptivo son algunos de los cambios que autorizó la Roald Dahl Story Company a los libros del afamado escritor británico.

El pasado fin de semana, la compañía anunció que los cambios correspondían a un política interna para garantizar “la inclusión, la diversidad, la igualdad y la accesibilidad en la literatura infantil”.

La decisión fue recibida con fuertes críticas de parte del sector editorial británico, que se ha referido al proceso como ‘un atentado contra la genuina obra del autor’.