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Hecho. En algunos tramos de la calle Julián Coronel, los peatones tienen que taparse la nariz con lo que pueden para cruzar las zonas fétidas.
Miguel Canales / expreso

Los baños públicos que espantan al peatón

La fetidez de las aceras guayaquileñas usadas como urinarios degrada el espacio urbano. El hecho genera reclamos ante la falta de civismo y estructuras públicas

A simple vista parece una cuadra tranquila, un tanto desolada nada más..., sin embargo tiene un grave problema que aleja a los caminantes, y a los residentes los obliga a encerrarse en sus casas. La vereda ubicada en la calle Miguel H. Alcívar y María Piedad, en la ciudadela Kennedy, es utilizada como baño público de transportistas, taxistas y motociclistas. El olor que se percibe aun cruzando en la vereda de al frente, advierte Roddy Jácome, residente, es insoportable. “No parecería que vivimos en una ciudadela”, lamenta.

Las personas que orinan en la vía pública aparecen a cualquier hora del día. Melina Ríos, quien labora en un gimnasio del sector, aledaño a hoteles, clínicas y plazas comerciales, además de viviendas; manifestó que en las mañanas trotan como parte de la rutina de ejercicios y en el recorrido es común ver a hombres cubriéndose apenas con la puerta de su vehículo para hacer sus necesidades.

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Oriana Maldonado trabaja en un pequeño kiosco situado en las calles Miguel H. Alcívar y Luis Orrantia, en el mismo sector, y relató que son repetidas las parejas que han convertido el lugar incluso en un motel ambulante. Este Diario solicitó información al Municipio respecto a si existe algún tipo de control o sanción para quienes utilizan mal estos espacios y, además, preguntó si prevé construir urinarios públicos, a juicio de la ciudadanía escasos o prácticamente nulos, pero hasta el cierre de esta edición no hubo respuestas.

Maldonado cuestionó que existe una cámara para controlar a los conductores de no infringir las leyes de tránsito, pero no las que registren estos hechos, por lo que plantea que se las coloque en los puntos más críticos de la ciudad y que los infractores sean sancionados con una multa de al menos $ 200. “Quizás si se les toca el bolsillo la gente se limite de hacer lo que le da la gana”, piensa.

En un recorrido realizado por el Puerto Principal, EXPRESO constató que al menos son cinco los puntos en los que caminar se vuelve una tarea imposible de lograr, a causa de los olores nauseabundos.

Para andar por el tramo de la calle Julián Coronel, entre Rumichaca y Lorenzo de Garaycoa, por ejemplo, hay que esquivar unas manchas negras pegajosas sobre el suelo de la vereda, mientras un olor nauseabundo penetra los pulmones.

Ni teniendo árboles de eucalipto o poniendo incienso o lavanda al interior de la casa se logra reducir esa fetidez que tanto nos contamina. Es una vergüenza social.

Raquel Moreano, residente de la Miguel H. Alcívar

El mal aspecto del sitio es una réplica de otros sectores en los que reina la pestilencia causada por quienes hacen sus necesidades biológicas donde les viene la gana.

Abel Alvarado vive a dos cuadras de esa esquina de la Julián Coronel. Dice que ese punto se volvió el ‘nido’ de indigentes. Por eso algunos vecinos echan aceite para evitar que lo cojan de dormitorio. El problema se solucionó en parte, pues aunque casi no se quedan personas pernoctando por ahí lo que no han podido impedir es que el sitio deje de ser un urinario al aire libre.

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“A veces defecan”, comenta Alvarado. Él, cuando pasa por allí, se tapa la nariz para tratar de no percibir el ‘perfume’.

En Venezuela y Antepara, al lado de uno de los bloques habitacionales del sector, una hilera de charcos despide hedor a orina. Los peatones se abren para no pisarlos y van más rápido para alejarse.

Kléber Ortegano, quien a veces saca a pasear a su perro, debe templar la correa del can para que no se aproxime a los charcos y se embarre las patas. Refiere que ahí no solo se orinan, sino que también consumen drogas y hasta intentan robar a las familias.

Abel y Kléber coinciden en que la problemática, que no logra enmascararse ni con el smog de los vehículos de transporte pesado, radica en las malas conductas ciudadanas y falta de civismo. Pero para la arquitecta y docente universitaria Carolina Morales Robalino, además influye que no haya suficientes baterías sanitarias en espacios públicos.

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En los soportales de Aguirre y Pedro Carbo, tanto dentro como fuera de ellos la situación es la misma.Miguel Canales / expreso

Por ejemplo, a lo largo de la avenida 9 de Octubre, como lo ha relatado EXPRESO en reportajes anteriores, solo en los malecones Simón Bolívar y del Salado hay estas instalaciones. Eso hace que la gente busque la forma de usar instalaciones de restaurantes o negocios.

En ciudades europeas como Madrid o Ámsterdam existen baños en las calles. En la capital española son amplias cabinas con inodoros, lavamanos, área para cambio de pañales y demás equipos de higiene. En la capital de Países Bajos es más sencillo; urinarios adornados con una jardinera cuyo abono es el mismo líquido.

Este problema surge porque en la ciudad hay carencias de todo tipo: faltan urinarios públicos, educación, políticas locales y ganas de crecer como sociedad.

Marco Tandazo, morador de las calles Venezuela y Antepara

Para implementar soluciones similares en Guayaquil hay que analizar, entre otros aspectos, el comportamiento ciudadano. Generalmente la gente no suele tener el hábito de cuidar las instalaciones públicas, opina Morales. Por ello cree necesario que la instalación de las estructuras deba ir de la mano con una campaña educativa.

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En su criterio, en el Puerto Principal sería más viable aplicar un modelo parecido al de Ámsterdam. “No es cualquier planta, tienen que ser de esas que emanen agradables olores. Con eso no solo se resuelve la necesidad de urinarios, sino que también se fomenta la ornamentación de la ciudad”, manifiesta; al hacer hincapié en la necesidad de tomar en cuenta el factor de la indigencia para la adecuación de albergues que contribuyan a disminuir las deposiciones al aire libre.