
Cuando los hijos se vuelven cuidadores: cómo vivir esta etapa con equilibrio
Nadie está preparado para cuando sus padres envejecen, pero sí se puede aprender a vivir esta etapa con calma y empatía.
Llega un momento en la vida en que todo se invierte sin previo aviso. Los padres que alguna vez fueron fuerza, guía y refugio, empiezan a caminar más despacio, a olvidar pequeños detalles o a pedir ayuda con cosas que antes resolvían con facilidad. De pronto somos nosotros quienes recordamos las medicinas, explicamos cómo usar un celular o los acompañamos al médico.
Lo cierto es que, no hay manual para ese cambio. Entre el cansancio y la ternura, entre la culpa y el deseo de hacerlo bien, aprendemos que cuidar también es una forma de honrar la historia que ellos escribieron antes que nosotros.
Impacto emocional
Aceptar que los padres envejecen no es solo un hecho biológico, sino un proceso emocional. Para muchos hijos, implica mirar de frente la vulnerabilidad de quienes antes parecían invencibles, y eso puede traer muchas emociones difíciles de nombrar. Al mismo tiempo, para los padres, perder autonomía se siente como una forma silenciosa de despedirse de una etapa de su vida.
Sobre esto, la psicóloga clínica Indira Carvajal, magíster en Neuropsicología, explica que este proceso “representa un duelo” porque los padres pasan de ser figuras protectoras y autónomas a depender, en mayor o menor medida, de quienes antes cuidaban. “Validar las emociones es esencial para adaptarse al cambio. Cuando logramos reconocer que este proceso no solo implica pérdida, sino también transformación, se reduce la culpa y se abre espacio para el acompañamiento mutuo”, afirma.
Por su parte, el psicólogo clínico Steven Jara, maestrante en Psicología Educativa, coincide en que este giro familiar redefine la relación y exige una madurez emocional por ambas partes. “Nadie está realmente preparado para cuidar a sus padres, así como nadie está preparado para ser padre”, reflexiona. Para él, esta transición despierta sentimientos variados que dependen de la historia y la cercanía de cada vínculo. “Aceptar la vulnerabilidad de las figuras paternas es también enfrentarse a nuestra propia adultez, a la conciencia de que el tiempo pasa y ahora nos toca ser el apoyo que antes recibimos”.
Cuidar sin dejarse a un lado
Entre el deseo de estar presentes y la necesidad de mantener su propio ritmo de vida, muchos hijos se debaten entre el amor y la culpa. Quieren cuidar, pero también continuar con sus proyectos, su trabajo o sus amistades. Y cuando el día no alcanza, aparece la sensación de que, haga lo que se haga, siempre se está fallando en algo.
Carvajal compara esta situación con “regar dos plantas al mismo tiempo. Una representa nuestra vida, nuestros proyectos y vínculos, y la otra, la atención hacia nuestros padres. Si descuidamos una, por hacer demasiado la otra, ambas terminan marchitándose”, explica. Para ella, la clave está en establecer límites compasivos y reconocer lo que realmente se puede ofrecer sin abandonar el propio bienestar.
“Recomiendo mucho no dejar de lado el autocuidado. Cuando dejamos de alimentarnos bien, de descansar o de compartir con otras personas, terminamos sintiéndonos frustrados o agotados, y eso también afecta la relación con nuestros padres”, añade Carvajal.
Recuerde, este nuevo rol no significa renunciar a la vida personal, sino aprender a equilibrar responsabilidades desde un lugar más consciente. Como recuerda la especialista, conversar abiertamente en familia, validar cómo se sienten todos y revisar cada cierto tiempo cómo se está viviendo este proceso puede ayudar a reducir la culpa y fortalecer el vínculo.
Cuando la responsabilidad no es por igual
En algunas familias, el acompañamiento a los padres mayores termina siendo un trabajo silencioso que no siempre se distribuye de manera justa. A veces, un solo hijo asume el mayor peso emocional, económico o físico, mientras los demás están lejos o simplemente ausentes. Aunque el amor impulse a hacerlo, cargar con todo puede volverse insostenible si no se establecen límites claros y acuerdos reales.
Por eso, Jara explica que cada familia necesita definir hasta dónde puede llegar cada uno, sin que el apoyo se vuelva sinónimo de sacrificio absoluto. “El primer paso es reconocer y aceptar los límites personales: hasta dónde puedo apoyar”, señala.
También recuerda que hablar abiertamente de lo que se siente es una forma de aliviar la tarea. “Si no contamos con el apoyo total de los hermanos, podemos buscar ayuda en otros familiares o en redes cercanas, como primos o tíos. Dividir responsabilidades, aunque sea de manera parcial, evita que una sola persona se desgaste”, añade.
El miedo a ser una carga
En esta nueva etapa, Jara asiente que muchos padres sienten gratitud, alegría y agradecimiento al sentir que luego de todos los años de crianza, ahora sus hijos les devuelven los cuidados que un día ellos les dieron. Sin embargo, hay quienes también podrían enfrentan un miedo silencioso: el de sentirse una carga. Es que, después de toda una vida siendo independientes y protectores, aceptar ayuda puede resultar incómodo, incluso doloroso. A veces se retraen, minimizan sus necesidades o evitan pedir apoyo para no “molestar”. Sin embargo, el bienestar emocional en esta nueva dinámica también depende de ellos.
Carvajal señala que la clave está en que los padres mantengan sus responsabilidades personales y su sentido de autonomía. “Dividir pequeñas tareas y hacer que cada persona sienta que su aporte cuenta ayuda a mantener un equilibrio”. Además, es fundamental que ellos mismos busquen actividades, espacios o hobbies que les permitan seguir sintiéndose útiles y conectados. “Estar en otros entornos e interactuar con nuevas personas refuerza su autoestima y evita la sensación de depender por completo de los hijos”, añade.
La gratitud y la comunicación sincera son pilares en este proceso. Cuando los padres aprenden a expresar sus necesidades sin culpa, y los hijos responden con empatía y claridad.
Esta es una etapa que aunque puede llegar a ser un poco desafiante, también puede ser profundamente significativa al afianzar vínculos o al aprender a acompañar con respeto, empatía y amor.
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