Zaruma, una joya con pies de barro
Durante diez o quince segundos la tierra tiembla. No es un terremoto. Pero es lo suficientemente perceptible como para pasarlo por alto. Sucede cinco o seis veces al día. Todos los días. Todas las semanas. Y solo hay una explicación: mineros.
Tiembla. Durante diez o quince segundos la tierra tiembla. No es un terremoto. Pero es lo suficientemente perceptible como para pasarlo por alto. Sucede cinco o seis veces al día. Todos los días. Todas las semanas. Y solo hay una explicación: mineros.
La semana pasada, esa explicación se materializó en un peligroso socavón que echó abajo las bases de una escuela y llevó al pueblo a una emergencia. EXPRESO recorrió la zona.
Asentada sobre lo alto de una cordillera, Zaruma ha servido de mirador para contemplar desde lejos las actividades mineras de Portovelo. Pero desde hace un par de años que, debajo de sus calles, se escuchan detonaciones y se perciben movimientos inusuales con consecuencias innegables: calles agrietadas, suelos levantados e historias de vecinos sobre mineros que salen a la superficie accidentalmente por la puerta de garaje de un edificio.
Tras décadas de explotación en los alrededores, los mineros han debido seguir el camino de las vetas de oro, que cruzan Ecuador de sur a norte, y han sido conducidos por la fiebre del oro hasta la zona del valle donde más metal existe. El problema es que se trata de las entrañas de Zaruma, un refugio patrimonial, donde el acceso de las mineras solo resulta posible con explosiones. Ambas características, patrimonio histórico y dinamita, no deberían juntarse en una misma oración. Pero, de forma ilegal, lo hacen.
El alcalde Jhansy López (Avanza) ha tomado nota de las preocupaciones recurrentes y ha extendido formalmente los límites de exclusión minera, una frontera imaginaria pensada para evitar la explotación en la zona urbana, que ahora pone en riesgo lo que podría ser pronto un orgullo nacional, la tercera ciudad ecuatoriana Patrimonio Cultural de la Humanidad.
El legado histórico en Zaruma no es cosa de paisajes. Ahora, en proceso de revisión por la Unesco para convertirse en un punto de referencia cultural mundial, la conservación de su historia viva cobra más urgencia que nunca.
José Victoriano, quien laboró como funcionario municipal por cuatro décadas, ha tenido tiempo de sobra para documentar lo que a su juicio es “un abuso que pone en riesgo incluso a los habitantes”. Su detallado rastreo de los mapas municipales fue una de las claves para actualizar los modelos vigentes y su dedicación a la denuncia de la actividad subterránea ha derivado en la creación de un Comité Cívico Contra la Explotación en la Zona Urbana, que intenta visibilizar las primeras consecuencias de un problema que han trasladado “a cuanto ministro y funcionario” ha pasado por el pueblo: encargados de Minas, Regulación, Patrimonio y hasta Freddy Ehlers, del Buen Vivir.
Los problemas sin solución son, por ejemplo, los de Milton Ochoa, en cuyo hogar en un segundo piso se evidencia una fisura en la mitad del suelo del departamento que él atribuye a la minería.
“Vivo con mis hijas aquí. Un día, nos despertamos en la madrugada porque la explosión fue fuerte y ya encontramos la sala así”, dice, mientras señala el desnivel evidente que recorre el suelo y se extiende hasta las paredes. Es una casa nueva en las afueras del centro histórico. “Imagínese lo que podría pasarle a casas con un siglo de antigüedad”, apunta.
Ese es realmente el debate ahora. La sociedad civil y las autoridades locales temen que, sin ayuda del Gobierno Central para frenar las incursiones, la ciudad se mantenga como un espacio con potencial turístico y no dé el pronto salto que requieren hacia una verdadera potencia turística. ABP-BMP