Elecciones. Alejandro Domínguez ocupaba el cargo interino en el organismo por Napout. Ayer en los sufragios fue respaldado.

Teoria del carnaval

El carnaval ha estado asociado al exceso. Exceso sobre todo de los sentidos: vista, tacto, gusto, audición e incluso olfato.

Más que una ruptura de lo cotidiano y de su consiguiente transgresión, una oportunidad para la desmesura de los sentidos. Como advertía juicioso un experimentado exdiplomático venezolano del antiguo régimen, -mezcla de embajador salido de las páginas de “La condición humana” de Malraux y de funcionario consular del “Cuarteto de Alejandría” de Durrel-, en la vigilia de una fiesta, “la noche es larga, la carne es débil”. Carnaval por tanto, igual al desorden de los sentidos por exceso.

Pero el carnaval tiene otros sentidos que van más allá de la ruptura gozosa del dispositivo cuerpo-alma. No es como el lugar común quisiera, una invasión a lo racional por las pasiones del cuerpo. El carnaval tiene también una función especular, indispensable para el cuidado del alma. Ser la mímesis de la propia vida. En los festejos del carnaval, en las carrozas y bailes se entrega -incluso en las muecas desmesuradas o en las contorsiones extremas- una visión de los personajes que somos o fingimos creer ser.

“Todo lo profundo ama la máscara”, colocó Nietzsche como escarapela a su intento de genealogía de la moral. La parodia es entonces el verdadero espectáculo del carnaval. Enmascarados, los personajes que actúan nos arrojan el rostro. La parodia es indispensable entonces para la catarsis, esa liberación del alma de sus miedos que reclamaba Aristóteles para la tragedia.

Por supuesto, nada más opuesto al espectáculo paródico que el carnaval pone en acto, que la censura de los discursos que exigen la credibilidad sin condiciones y la adhesión total con irrespeto de la inteligencia.

La parodia es parte de la condición humana como lucidez necesaria de la inteligencia que descubre aquí y allá los gatos por liebre del discurso oficial. El cambalache de lo insensato por lo sensato. Borges, que se rió del peronismo en ficciones que ocurrían siempre en Buenos Aires, fue castigado como los caricaturistas actuales en su necesaria función especular.

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