Reflexiones existenciales

Me intrigan el funcionamiento del universo y nuestra presencia en el orden cosmológico. ¿Quiénes somos? y ¿de dónde venimos?, son, para mí, preguntas trascendentales. No soy un científico, pero preciso entender la realidad a partir del conocimiento.

Leo a Einstein y llego a la conclusión de que la energía y la materia son lo mismo de acuerdo a la formula e=mc². Admito que el universo tiene 13.900 millones de años desde el instante de la gran explosión (Big Bang). Acepto que el cosmos durará trillones de años, aun cuando la Tierra esté condenada a desaparecer en unos 2.000 millones más, y la vida en cualquier momento.

Nuestro cuerpo es un cóctel de minerales constituido por átomos y electrones de oxígeno (65 %), carbón (18,5 %), hidrógeno (9,5 %), nitrógeno (3,2 %), y, entre otros elementos, por hierro, calcio, fósforo, potasio, azufre, sodio, cloro y magnesio. Son todos importados desde otros confines siderales.

El sol es generador de energía y es, además, la cocina donde se cuecen los elementos que nos constituyen. Es, a su vez, descendiente de otras estrellas que fueron y dejaron de ser, incluyendo las de gran masa que al momento de expirar se convierten en supernovas y eyectan sus elementos fabricados hacia el espacio sideral. Estos, dentro del proceso reiterativo de destrucción y creación, forman las grandes nubes de polvo y gas que, al tomar forma por la fuerza de la gravedad y el momento inercial, dan paso a otras estrellas y planetas.

Tan fascinante es este proceso que, al analizar la tabla periódica de Mendeléyev, llegamos a la conclusión que, de los elementos que pueblan el sistema solar (y que nos constituyen), tres cuartas partes se originan en supernovas, 16,5 % en estrellas moribundas de menor masa (como el sol), y 9,5 % en el Big Bang.

Somos, pues, polvo de estrellas. Cada elemento requerido para constituir el ADN humano está presente en las supernovas. Como individuos damos, en promedio, alrededor de 75 a 80 vueltas alrededor de nuestra estrella y tenemos la capacidad para especular acerca de quiénes somos y de dónde venimos; podemos formular conceptos abstractos, entender las leyes de la naturaleza, apreciar lo bello, poseer el potencial para amar, y la volición libre para forjar nuestro destino.

Podemos, de igual forma, escoger entre el bien y el mal, crear y destruir, ser solidarios o indiferentes, amar u odiar, producir o robar, dar la vida o extinguirla. Es, según Malraux, nuestra condición humana.

Nos preguntamos, no obstante, por qué como sociedad no alcanzamos la organización del colmenar o la especialización de las colonias de hormigas.

Como testigos de las discusiones nacionales que pretenden ser trascendentales, sentimos sana envidia de los animales que viven de acuerdo con su nicho biológico, y nos preguntamos por qué la naturaleza nos ha dado el potencial que poseemos, estando poco adaptados a nuestra realidad cosmológica. Sin embargo, admitimos con alguna sonrisa que nuestra gracia radica en poder argumentar, en pro o en contra, que todo esto es el designio de la divinidad, o, alternativamente, que el origen radica en la fuerza de la naturaleza.