La quiebra olímpica

La quiebra olimpica

Rusia, con vitola de potencia, siempre animadora de la competencia, estará ausente y en el mundo perderemos ese aliciente extra de los protagonistas y sus marcas, de los registros históricos, sin la mirada puesta en quién gana a quién en el escaparate

Un campeonato nacional sin Emelec o Barcelona resultaría inconcebible. Los Juegos Olímpicos de Río vivirán en agosto este absurdo. Rusia, con vitola de potencia, siempre animadora de la competencia, estará ausente y en el mundo perderemos ese aliciente extra de los protagonistas y sus marcas, de los registros históricos, sin la mirada puesta en quién gana a quién en el escaparate del medallero, si Rusia o Estados Unidos.

La Guerra Fría terminó, el Muro de Berlín cayó, pero la proyección política en lo deportivo está casi intacta, sigue de pie. El mundo libre, con sus virtudes y vicios, frente al bloque jerárquico y rígido. Esa fue la referencia de la división planetaria hace algunas décadas, donde los éxitos de la juventud de élite, de los extraterrestres deportivos, medían en cierto modo el éxito de los modelos. La correlación aún rige en el subconsciente de todos.

No habrá atletismo para Rusia en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Así lo determinó el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS), que desechó el recurso interpuesto por un grupo de 68 deportistas de ese país, a las puertas de la justa.

“Gracias a todos por haber enterrado al atletismo. Esto es puramente político”, acusó la garrochista Yelena Isinbayeva, múltiple campeona y dueña del récord mundial, que asumió la defensa nacional luego de que la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) recomendara su apartamiento por la existencia de un sistema de dopaje desde el Gobierno. Y puede ser peor. La bandera rusa tal vez no flamee en el estadio Maracaná.

La historia se remonta a fines de 2015, cuando algunos indicios de dopaje sistemático salieron a la luz a través de una comisión independiente de la Agencia Mundial Antidoping. La IAAF le impuso una sanción parcial al atletismo ruso, ratificada en junio. A esa altura, la presencia de los representantes de ese país en los Juegos ya pendía de un hilo. El tiro de gracia llegó con el demoledor informe firmado por el canadiense Richard McLaren, en el que se detalla el plan: el dopaje de Estado incluía a personal de inteligencia que cambiaba las muestras positivas por otras limpias antes de los análisis.

La pulseada que soviéticos y estadounidenses mantenían en el ámbito político, social, militar, económico, artístico y científico desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, también llegó al ámbito deportivo. Ya no solo se trataba de demostrar quién tenía el mejor estilo de vida, los mayores ingresos económicos, los artistas más destacados o quién llegaba primero a la Luna. La lucha se trasladó al medallero olímpico.

El valor cualitativo del comunismo o el capitalismo se medía a razón de las preseas acumuladas por los deportistas y para lograr esa supremacía se traspasaron los límites, al menos eso es lo que da a entender la sanción con la que se busca depurar al deporte, aunque eso termine pasándole factura al espectáculo.

“Si piensan que suspender a todo el equipo es lo correcto, entonces lo apoyo. Las reglas son las reglas y las violaciones por dopaje en el atletismo están cada vez peor, así que lo apruebo”, dijo el jamaiquino Usain Bolt, ganador de seis medallas de oro olímpicas.

A meses de las elecciones parlamentarias y en medio de una crisis económica, el presidente ruso Vladimir Putin ha presentado las acusaciones de dopaje institucionalizado como un complot para sabotear la imagen de Rusia, al estilo de lo que pasaba durante la Guerra Fría.

El eterno conflicto sigue en pie y hoy tiene un nuevo damnificado, el deporte.