Psicopatias y otras hierbas

No soy conocedor de este tema científico , pero lo abordo tras enterarme de que el uno por ciento (1 %) de la población mundial padece de psicopatías. Si trasladamos con rigidez aritmética ese porcentaje a un Ecuador de 16 millones de habitantes, resultaría que 160 mil psicópatas están diseminados y haciendo de las suyas en nuestras latitudes. El cálculo no está exento de error, pero nos lleva a concluir que entre quienes habitaron en Carondelet, por ejemplo, habría más de media docena de psicópatas, sin distinguir entre servidores, funcionarios y gobernantes. De hecho, me inclino a pensar que durante las últimas décadas, más de un presidente mostró tener características psicopáticas.

Cuantificar a los psicópatas tiene cierta importancia, pero creo de mayor relevancia que los identifiquemos, que sepamos cómo piensan y actúan: son excelentes manipuladores, cuya astucia es generalmente reconocida. Su capacidad de mentir, engañar y embaucar a los demás es notable. Viven, trabajan y juegan con nosotros, con su comunidad y hasta con un país entero. Han provocado contiendas locales, regionales y mundiales, tras ganarse la admiración de seres incautos o ignorantes, cosechando también el repudio de las cuerdas mayorías que debieron asumir la sacrificada tarea de reparar los destructivos y disolventes resultados generados por aquellos. Son individuos inteligentes, que no pueden resistirse a la sola posibilidad de predominar sobre los demás, que carecen de sentimientos, especialmente del miedo, sin importarles el padecer ajeno. Creen vestir con elegancia y exhiben una clara tendencia a la impulsividad.

¿Cómo reconocerlos apropiadamente? El doctor Robert Hare, profesor emérito de la Universidad British Columbia (Canadá), ha desarrollado el test más utilizado hoy en día para diagnosticar a un psicópata. No son intrínsecamente malos -expresa- sino reacios a socializar con personas distintas a las que utilizan, tornándose difícil reconocerlos. El psicópata es un predador innato y muchos no lo reconocen sino luego de ser sus víctimas. Las áreas preferidas por este son aquellas que pueden brindarle poder o riqueza y, mejor aún si ambas concurren. Esto explica por qué incursionar en política es una de sus predilecciones y explica también los descalabros generados por su propia dolencia. Todo psicópata cree ser dueño de la verdad absoluta y muestra aversión incontrolada a todo aquel que piense diferente, sin importarle que en ejercicio del poder logrado se viole derechos humanos y se incurra hasta en crímenes de Estado. El psicópata puede intentar -muchas veces con éxito- adentrarse en un cerebro ajeno e imaginarse lo que piensa o pasa por él, pese a no interesarle en absoluto cómo este sienta: no pasaría de ser un simple número estadístico o un objeto cualquiera.

No estoy, lector, apuntando a Correa, por no considerarlo necesario y por irrelevante. Los hechos y omisiones de Correa hablan por sí solos y gozan de autonomía suficiente para llevarnos a calificarlo como un mal gobernante, causante y responsable (debe responder, ¿verdad?) de muchos de los sufrimientos que hoy afligen y afligirán a los ecuatorianos, sin que sea preciso adentrarse en la trama psicológica del exgobernante. Mi rechazo ciudadano a Correa también tiene una década, tanto como su mal gobierno. Sus odios y rencores, sumados a su carácter manipulador e irascible, han ocasionado grandes daños en el país. Por ello la siembra actual de democracia es un imperativo que saludamos, contra viento y marea, propiciado por quienes gustaron o medraron de la corrompida autocracia revolucionaria.