El pais ama que le mientan
Este es un misterio: Ecuador no se dice la verdad. Y cuando no se dice la verdad se puede vivir del cuento, construir ficciones o inventar mundos paralelos. Por eso, en estos días en que el país esperaba las medidas económicas del gobierno, ha habido espacio para todo: responsabilizar al FMI del derroche de fondos y la ola de corrupción del correísmo. O incluso para que esos mismos correístas crean que es el momento de pasar al asalto y tumbar al gobierno del presidente Moreno.
Correa no inauguró esa extraña relación que tiene el país con la realidad. Pero por puro afán metodológico hay que devolver el reloj a aquello que ocurrió bajo ese gobierno. Buena parte del electorado creyó que el país nacía con Rafael Correa. Que se podía prescindir de Estados Unidos como principal socio comercial. Que no era urgente firmar, como lo hicieron Colombia y Perú, un acuerdo comercial con Europa. Que podía romper contratos con empresas multinacionales sin tener que pagar, como está ocurriendo, indemnizaciones millonarias.
Buena parte del electorado creyó que se podía crear instituciones, multiplicar los ministerios y subsidios sin tener que preocuparse por sus costos. Se llegó a considerar como normal que Ricardo Patiño tuviera 200 asesores en la Cancillería. O que se firmaran acuerdos secretos de deuda con la China a tasas tan onerosas (comparadas con las de los multilaterales) que desafiaban el sentido común. Así, cuando el presidente Moreno dijo que la mesa no estaba servida, no se coligió que esas facturas había que pagarlas.
El país prefirió volver a sus ficciones. Que paguen los ricos. Que paguen los correístas que fueron los que se farrearon la plata y se la embolsicaron. Que la Fiscalía descubra dónde están los 70 mil millones robados y los traiga. En definitiva, que alguien pague; no nosotros. El presidente Moreno y su gobierno ayudaron a escurrir el bulto. Nunca explicaron lo que significaba, en el campo económico, volver a poner la mesa. Un año mantuvo la misma política de Correa yendo a buscar dinero incluso en China. Como si aquello no agravara la factura.
Y luego, Richard Martínez, su ministro de Economía y Finanzas, se ha dedicado a honrar este deporte nacional de no decir la verdad. De disfrazarla. El acuerdo con el FMI no fue explicado como parte del chuchaqui tras la farra: se llegó a hacer pensar que era un gesto de apoyo por parte de esa institución al Plan Prosperidad del Gobierno. Y nunca le dijo al país que vendrían jornadas aciagas y un período de despidos, recesión, recorte de la capacidad adquisitiva... Por el contrario, el Gobierno intensificó su propaganda promocionando planes sociales, casas, médico a domicilio, empleo para los jóvenes. Es lógico: disfrazar la verdad implica afilar las virtudes sofistas. El ministro Martínez lanzó una nueva emisión de bonos y en vez de advertir la gravedad de tener que hacerlo, presentó la operación como una señal de confianza de los inversionistas. Impresionante. Sucedió exactamente lo contrario. El riesgo país trepó por razones evidentes: el mercado se dio cuenta de que el acuerdo con el FMI no está cumpliendo su cometido, porque el propio FMI había advertido que, con su préstamo, Ecuador no debía volver a los mercados durante los tres próximos años...
¿Por qué el Gobierno no dice la verdad? ¿Por qué los electores viven a gusto en esta bola de cristal llena de falacias y sofismas? ¿Por qué el síndrome del chivo expiatorio es tan popular? El país no ama saber la verdad. Por eso anda escandalizado al darse cuenta de que hay que encarar la realidad.