La negatividad

La negatividad

Camilo tiene 45 años y es una persona negativa. Se queja de todo. Del calor que hace en Guayaquil y del frío que hace en la oficina; del dolor que siente en la espalda, de la relación con su esposa, el comportamiento de sus niños, el tráfico, las vacaciones y hasta de sus compañeros de trabajo. Para él, todos son vagos, fastidiosos, arribistas...

“Estoy harto, ya no puedo más”, “me siento presionado, todo me sale mal”. Comentarios como estos a diario pronuncia. Son los que lo caracterizan y evitan que quienes lo rodean intenten entablar un diálogo con él. Ustedes saben, por el hecho de que ser pesimista es contagioso.

Pero, ¿es eso verdad? Por supuesto que sí. Lo dicen los expertos aquí consultados, lo corrobora un estudio de la Universidad de Notre Dame: el entorno que nos rodea puede considerablemente alterar nuestra manera de percibir e interpretar las cosas, transformar nuestro entusiasmo en melancolía, tristeza u hostilidad.

Y es que el hecho de andar por el mundo evocando situaciones tristes que nunca existieron, ideas, miedos o discursos aterradores -precisa la psicóloga clínica Annabelle Arcos, psicoterapeuta de parejas y familiar- además de ‘amargar’ a otros, nos enferma y produce ansiedad. Nos atrapa.

De allí que hay quienes aborrecen relacionarse consigo mismas porque lo que su mente les dice les generan tan solo molestias y dolor.

Tal es el caso de Gabriela Pascual, arquitecta de 34 años de edad que actualmente está en terapia porque, sin importar la hora, sus ideas la hacían llorar. “Si mi mamá salía, pensaba que le iban a robar; si mi novio no llegaba pronto a casa, suponía que había tenido un accidente... En el trabajo, bastaba que mi jefe pronuncie mi nombre para que imagine que me iban a botar. Era horrible vivir así”, explica.

Y en ello la falta de autoestima, la baja tolerancia a la frustración o el haber experimentado algún trauma (físico o social), argumenta Arcos, tiene mucho que ver. Esos son los factores que nos hacen vulnerables y aumentan la zozobra que nos debilita mental e inmunológicamente.

Pues aunque cuesta creer, agrega el psicólogo clínico Gabriel Ordóñez, esa simple voz, la voz interior, cuando es negativa nos mueve hacia la autodestrucción. “Deteriora nuestro organismo, nos enferma de verdad”. Incluso nos mata, enfatiza, y en especial los lunes.

“Y es que ese día, a diferencia del viernes (en el que uno tiende a relajarse y descansar), es en el que más muere la gente a causa de ataques al corazón. O bien porque debe preparase para iniciar su rutina, o porque debe “enfrentar” la vida y los obstáculos que esta trae. Siempre quejándose, estropeando su estado mental”.

¿Qué hacer? Quedarse de brazos cruzados, definitivamente, no es la opción. Los expertos recomiendan varios tips que publicamos a continuación (ver recuadros). No obstante, Ordóñez hace hincapié en algo primordial: el ser humano puede controlar y actuar sobre lo que siente. La clave está en no dramatizar, ni anticipar lo que puede ocurrir tóxicamente. Eso solo aumenta la preocupación.

“Reírse de lo que se piensa, ser agradecido con Dios y retar a los propios miedos, por el contrario, sí nos permitiría adoptar una actitud positiva, llena de felicidad, compañía, amor...”.