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Japón: el romance con las ballenas

Wada es una pequeña comunidad de 4.000 habitantes, desde 1949 captura estos cetáceos y procesa la carne para el consumo nacional

JAPÓN
La captura de ballenas en una industria mantiene viva en Japón a las comunidades pesqueras como Wada.Carmen Grau Vila / EFEEFE

La captura de ballenas es una industria que mantienen viva en Japón pequeñas comunidades pesqueras como Wada, en un país que consume poca carne de cetáceo y permite desde 2019 su caza con fines comerciales.

El puerto ballenero de Wada, una comunidad de 4.000 habitantes en la península de Chiba, al este del archipiélago y a tres horas de Tokio se encontraba desierto una mañana de diciembre.

La temporada de captura, de abril a octubre, ha terminado, pero la historia y consumo de cetáceos siguen presentes aquí, a pesar de la postura contraria de los organismos internacionales y la poca presencia de ballena en la dieta nacional.

Yosinori Shoji, de 60 años, dirige Gaibo Hogei, una de las pocas empresas del archipiélago que desde 1949 las captura.

Con dos barcos y treinta empleados, este negocio local procesa ballenas en las instalaciones de Wada y en otro puerto norteño, Ayukawa, y que junto a la famosa Taiji por su caza de delfines al oeste, son enclaves balleneros desde antaño.

El oficio es duro, reconoce Shoji, y la caza merma últimamente: este año han sido nueve, las mismas que el anterior, una “captura pequeña”, lejos de las 20 por temporada de antes.

Cree que el aumento de las temperaturas hace que las ballenas se desplacen hacia el norte y junto al impacto de los tifones y el mal tiempo, les impide operar.

Salen en busca de las codiciadas Minke, que por la profundidad de las aguas de la península suelen avistarse incluso a 10 km del litoral y comerse crudas, o navegan hasta aguas alejadas por los zifios de Baird, más grandes y con “mejor mercado”.

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Cuando una ballena desembarca “somos pequeñas personas que faenamos sobre ella, como en el cuento de Gulliver” y comienza el troceo en un suelo de láminas de cedro, a modo de tabla de cortar, “porque el cemento rompería los cuchillos”, explica.

“El trabajo es manual, no nos sale rentable automatizar el proceso”, cuenta y clarifica que “debemos ser honestos con lo que hacemos y nuestro puerto está abierto para que todos vengan”.

Nieto del fundador, Shoji cuenta que “cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, no había comida ni trabajo. Un político contactó a mi abuelo y le preguntó si no estaría interesado en las ballenas y así empezó”.

En Japón se cuenta cómo el general McArthur ofreció los barcos norteamericanos para que saliesen a proveerse de ballenas con las que alimentarse.

Así dieron de comer, a falta de carne, a varias generaciones que todavía hoy recuerdan, entre la nostalgia y la resignación, los menús escolares.

Sin embargo, Shoji se remonta a cuatro siglos atrás, donde existen registros de captura y consumo en la península que datan del XVII, durante la época de Edo.

Hoy, su carne se consume en las frías provincias del norte como Niigata y Akita, para sopa. La lengua, la grasa, y distintas partes se aprovechan para venta. Congelada o salada, cruda y frita. En Wada forma parte de la vida cotidiana.

“Ahora nos permiten cazar en aguas japonesas. El Gobierno no nos fuerza, pero sentimos que debemos cumplir, aunque hay poca captura”, afirma Shoji.

“¿Por qué no deberíamos comerla? Cada región y cultura se alimentan de animales salvajes” responde al preguntarle sobre la oposición internacional.

En 1986 la Comisión Ballenera Internacional declaró una moratoria a la caza comercial que Japón respetó, realizando capturas con fines de investigación, aunque en 2019 la abandonó, como Noruega e Islandia.

“No creo que debamos tener estándares internacionales para comer. Entiendo la polémica internacional, pero yo quiero mantener el trabajo y la comida de esta pequeña cultura”, argumenta Shoji.

“Algunos niños se sienten mal y cierran sus ojos”, afirma con naturalidad de las visitas escolares al despiece de la ballena. Las instituciones promueven su consumo, confirma Tsuyoshi Hirashima, del Centro Comunitario de Wada: “dos veces al año las escuelas sirven ballena rebozada en el almuerzo”.

“No oímos voces en contra”, dice el director de este espacio dedicado a la ballena: alegres dibujos de niños se exponen y un museo contiene documentos, arpones y cualquier vestigio que la historia ballenera ha dejado en la cultura popular.

La chef del único restaurante de ballena del popular mercado de Tsukiji en Tokio, Sumiko Koizumi, explica que se consume en restaurantes, especialmente los mayores con alcohol, pero “antes de la pandemia sus clientes principales eran turistas extranjeros”.

Según el Ministerio de Agricultura, Silvicultura y Pesca, en 1960 el consumo de carne por persona era de 5 kg, y un 1,6 kg correspondían a ballena, la fuente principal. Actualmente, un japonés consume 17,68 gramos por año, de acuerdo a Junko Sakuma, profesora de la Universidad Rikkyo.

La investigadora considera que hay un componente nacionalista que el Gobierno utiliza, puesto que las encuestas mostraban en 1995 a un 70 % de la ciudadanía a favor de la captura y en 2019 un 70 % aprobaba salirse de la Comisión. “Es una reacción contra los occidentales”, asegura Sakuma concluyendo que esta industria y los 8 barcos balleneros que le quedan al país envejecen y no hay planes para renovarlos.