EXPRESO visitó el domingo pasado la casa de Glenda, en Ibarra, donde su padre, Luis Morejón, mostró los últimos zapatos que la atleta usó antes de irse al Mundial y que hoy son motivo de orgullo.

Morejon: “Primero debian matarme para ganarme”

El escuchar que la llamen “campeona mundial” aún le es extraño a Glenda Morejón. Levanta las cejas, se retrae un poco y responde con una sonrisa al asimilarlo.

El escuchar que la llamen “campeona mundial” aún le es extraño a Glenda Morejón. Levanta las cejas, se retrae un poco y responde con una sonrisa al asimilarlo. Dice seguir siendo la misma jovencita de 17 años que dejó de marchar por la polvorosa pista del Colegio Nacional Ibarra hace poco más de dos semanas. Nada ha cambiado; solo el oro que hoy cuelga de su cuello avivó un hambre de gloria que no había experimentado jamás.

“Nairobi y el Mundial Sub-18 pasaron ya a la historia como un lugar especial en mi vida. Ahora se vienen más y mejores cosas”, dice convencida con una sonrisa nerviosa.

Luego de que las luces de las cámaras y el tumulto de su llegada, la tarde del martes pasado, cesaron, Glenda luce más tranquila. En su presentación con los medios estuvo al borde de las lágrimas, pero no lloró. Sin embargo con EXPRESO no pudo contenerse y al hacerle referencia que visitamos a su familia en Ibarra y que su padre contó la anécdota de los zapatos que en mayo pasado le duraron solo un mes, la pequeña se rompió.

“Vengo de una familia muy humilde con seis hijos. Yo soy la última. El sueño de mi padre fue siempre que uno de sus hijos llegue a ser un gran deportista y esté en un Mundial, de ahí que antes que yo, dos de mis hermanas intentaron, también en la marcha, conseguir logros importantes, pero por distintos factores no pudieron. Y me tocó a mí”, dice haciendo una pausa; se lleva la mano a la cara y se emociona hasta las lágrimas.

La historia de los zapatos es especial. Al carecer de recursos, la deportista que empezó en la caminata a los 13 años sabía del esfuerzo que su familia hizo por conseguir las zapatillas y no quería estropearlas, pero fue imposible. En un mes quedaron inservibles.

“Me fui a África con una frase que me repito hasta el día de hoy: Primero van a tener que matarme para ganarme. Esa era la mentalidad de todo el equipo”, acota. Si bien la idea era entrar entre las cinco mejores en el Mundial, en los 10 últimos metros la marchista vio la posibilidad de medalla y no paró hasta cruzar la meta.

“Fue una prueba muy dura. Desde el día que llegué estuve en contacto con mi entrenador (Giovan Delgado) y seguí al pie de la letra sus indicaciones. En la final todo sucedió muy rápido. Por mi mente pasó lo que he tenido que vivir para estar aquí... Es un triunfo para Dios, mi familia y el país”, añade.

Con Jefferson Pérez, uno de sus referentes en la marcha, la jovencita revela que solo una vez lo vio y se fotografió. Fue en el Sudamericano del año pasado, en Guayaquil. El momento fue breve. Recuerda que se acercó, lo saludó y se dijeron un par de palabras. “Es una persona muy humilde y un modelo a seguir muy importante. En damas admiro a la mexicana Lupita González (campeona mundial y plata Olímpica en los Juegos de Río 2016)”.

El Mundial Sub-18 quedó atrás. Ahora es tiempo de recuperar fuerzas. Glenda llegó con una lesión en la rodilla izquierda y descansará en Ibarra con su familia. Sobre los ofrecimientos para su futuro, confía en que las autoridades deportivas escuchen sus necesidades y reciba el apoyo necesario para preocuparse al 100 % solo en su entrenamiento. Por lo pronto, los 5 Centros de Alto Rendimiento en todo el país fueron puestos a su disposición. Ya no tendrá que entrenar en las calles, como lo hacía antes.

Sobre una clasificación a Juegos Olímpicos de Tokio 2020, Morejón tiene la idea muy clara: “Mi sueño ya no es solo participar y estar ahí, sino ubicarme entre las mejores y conseguir la medalla”.