Me visitó ese maravilloso ser llamado María Josefa Coronel para una inmerecida entrevista para la revista Semana. El fotógrafo eligió para la publicación una foto en la que estoy delante de mi cuidada colección de máscaras, traídas de los lugares más recónditos del planeta.
Las máscaras aparecen en el momento en que se produce la autoconciencia con los egipcios, griegos y romanos. Nuestra cultura Valdivia no se queda atrás, con sus bellas máscaras de barro. En la Edad Media el apogeo de su uso fue en los bailes de las máscaras de los carnavales de Venecia, en los cuales en algún momento de la fiesta, los asistentes se las sacaban y los sorprendidos danzantes recién descubrían con quién habían disfrutado la noche.
Creo que estamos en medio de un infernal baile de máscaras en nuestro Ecuador de hoy.
Por un lado nos acecha la práctica generalizada de la posverdad, palabra que ingresa en el diccionario de la RAE como aquello que es repetido, aumentado y difundido sin una base de verdad a través de las redes sociales, convirtiéndose en la nueva realidad.
Y por otro lado tenemos a un gobierno cuya esencia no terminamos de entender, por el uso exclusivo de las encuestas de percepción para tomar todas sus decisiones. Sin conocer quiénes son, a dónde nos quieren llevar, cómo y cuándo.
El papa Francisco dijo esta semana: “La mundanidad espiritual nos aleja de la vida, nos hace incoherentes. Uno finge ser así, pero vive de otra manera... es como la carcoma, que lentamente destruye, degrada la tela y después esa tela se vuelve inservible. Y el hombre que se deja llevar adelante por la mundanidad, pierde su identidad cristiana”.
Estamos en un inminente riesgo de pérdida de identidad. Y como en las fiestas venecianas, debemos parar el baile y quitarnos todos las máscaras, pues al usar y ver tantas nos podemos olvidar de quiénes somos en esencia, y asumamos, así por así, que somos una construcción colectiva. No nos olvidemos que somos seres únicos, parte de un plan divino y con un propósito de vida.