La maldicion biblica
Si nos remitimos al mito inventado por los judíos y que después asimilaron los cristianos a través del Viejo Testamento, creyendo en él con profunda fe de carboneros, el trabajo, es decir “ganarse el pan con el sudor de la frente”, que ennoblece y dignifica, según moralistas y sociólogos desocupados, resulta siendo más bien una “maldición bíblica”, si tomamos en cuenta que Dios la lanzó contra la especie humana luego del pecado original, que consistió en comerse nuestro primer padre, don Adán, la fruta prohibida (simbolizada por la manzana) del árbol del bien y del mal que, en interpretación morocha, nos remite a la cópula, recomendada e inducida a doña Eva por la serpiente, que no era otra que el mismísimo diablo en persona, metido no sabemos cómo en un lugar tan sagrado como lo era el paraíso.
De allí para adelante el trabajo ha tenido muchos vaivenes y bemoles, desde las épocas de la servidumbre en que los pobres esclavos (que hasta se convirtieron en mercancía que se extraía de la morena África) laboraban de sol a sol sin recibir medio, o de los siervos de los señores feudales del Medioevo o los huasipungueros de nuestros Andes, explotados por los terratenientes curuchupas, hasta las épocas modernas en que las doctrinas sociales, incluida la de Iglesia, tienden a darle a la clase del “camello” todas las garantías del caso, tratando de evitar que sea estafada por la dominante clase patronal.
Así, pues, el derecho al trabajo se ha vuelto sagrado, aunque en determinados casos pareciera ser vulnerado o negado, precisamente a los que más lo necesitan. En los actuales momentos, por ejemplo, se discute entre los gobernantes de la revolución ciudadana y la oposición variopinta, si este es un país en el que se respeta a cabalidad dicho derecho. Y es que mientras los primeros aseguran que el porcentaje de desempleados es uno de los más bajos del continente (dicen que está en segundo lugar, nada menos) los de la orilla de enfrente afirman que el desempleo sigue creciendo en forma alarmante. Y que prueba de eso son las largas colas que se producen cuando se ofrece trabajo en una empresa. ¿Quién tiene la razón?
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