La ley de Murphy y la economia

El enunciado de la ley de Murphy es terminante y definitivo: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Sus corolarios identifican la aleatoriedad que caracteriza nuestra existencia individual y colectiva. Son sentencias infalibles como que “nada es tan fácil como parece”, “todo lleva más tiempo que el que uno anticipa”, y, para colmo de las desventuras, “si la ley de Murphy tiene que salir mal, saldrá mal, en el peor de todos los momentos”.

¿Cómo se origina la ley de Murphy? No obstante que nos consideramos seres especiales (“hechos a la imagen y semejanza de Dios”), la realidad orgánica, emocional y existencial de nuestras vidas nos sujeta a las leyes del universo, cuya composición es energía y materia, como ya lo demostró Einstein según su célebre fórmula de identidad: e =mc². La energía se manifiesta en varias formas, y la segunda de sus leyes, la ley de la entropía establece, sin entrar en detalles técnicos, la condición de todo sistema de tender hacia el caos y la desorganización.

¿Y qué tiene todo esto que ver con la economía? La economía es una ciencia del conocimiento, tal como lo establece su epistemología (esto es sus principios, fundamentos, extensión y métodos). Por ello, quien presuma de ser economista debe entender este canon, y construir una teoría y práctica adecuadas para un medio caracterizado por la incertidumbre. Debe ser una teoría que respete la dinámica natural de la interacción dentro de un ente social; que en el orden privado le permita a la persona prosperar, y en el orden público, al gobernante, saber qué hacer, cómo hacerlo, y con qué intensidad actuar para lograr el bien de todos sin afectar el bienestar de nadie, tal como lo propusiera el estimable Vilfredo Pareto.

El mercado es el ámbito natural en el que se desenvuelve la vida en sociedad. No es este, como se piensa, solamente un almacén, una plaza, un centro comercial o cualquier lugar de compras y ventas. El mercado es el foro donde se transan e intercambian ideas, productos, emociones, y deseos, y donde el numerario es, pero no necesariamente, el dinero. Es el ambiente en donde las acciones fluyen como consecuencia de la suma de las voluntades colectivas. La razón de ser de la economía, por lo tanto, es la de enseñarnos las consecuencias de nuestras acciones y decisiones, así como las consecuencias para nosotros de las acciones de otros. La libertad de pensar y actuar constituye la arquitectura del mecanismo.

Esta lección es particularmente importante para los gobernantes. Las sociedades les delegan vastos poderes y, en una democracia representativa, los mandatos se dan al mandatario en calidad de fiduciario o depositario de la confianza. Deben ellos mejor que nadie entender que la ley de Murphy, la entropía y los cánones de la economía, todos parten de los mismos principios cosmológicos y del entendimiento, y no perdonan; que la acumulación de errores va en detrimento del bienestar común, y que ningún sistema económico, específicamente el socialismo y sus instrumentos de planificación e ingeniería social, pueden actuar permanentemente contra estos principios, sin afectar el bien común, y conspirar contra los mejores intereses de los más vulnerables.