
“Hay que saber asimilar las cosas malas”
A bordo de un Mirage derribó aviones peruanos durante el conflicto del Cenepa. En la antigua Base Aérea del norte de Quito se exhibe la aeronave de su última misión, la que puso fin a los combates aéreos.
¿Qué siente al recordar lo que vivió en febrero de 1995?
Todavía me emociono. Otra cosa es estar ahí. La misión de febrero fue la más dura. Esa noche pensé que iba a quedarme en la selva, que nos iban a derribar. Pudimos lograrlo gracias al profesionalismo de todo el mundo.
¿Tras esa misión se suspendieron los combates aéreos?
Se pararon definitivamente y el 12 de febrero fue el cese al fuego. Después hubo la matanza del maizal, pero ganamos la guerra tanto en aire como en tierra.
Usted es el único piloto de la FAE, héroe de guerra, que ha logrado ser comandante. ¿Qué ha significado eso?
Es un honor muy grande. Cuando uno ingresa a la institución, llega como un joven piloto a quien lo único que le apasiona es volar. A medida que madura se da cuenta de las responsabilidades y metas que se puede ir trazando en la vida. Comandar la fuerza ha sido un altísimo honor.
¿Qué hará al dejar el cargo?
Descansar un poco, dedicarme a la agricultura, que me gusta mucho, y a los deportes.
¿Cómo ha combinado la milicia con los deportes?
He encontrado un desahogo y un refugio en medio de tanta presión, de tanto problema que tenemos.
¿Qué le genera presión?
El compromiso de cumplir la misión con pocos medios, los accidentes que hemos tenido, los problemas de cada persona. En la Fuerza Aérea somos 8.000: soy el comandante y como el papá de todos. La responsabilidad es mía, hay cosas buenas y cosas malas.
¿Cuáles son las buenas?
Los triunfos como tener pilotos muy profesionales, un escuadrón de aviones Tucano en el que jóvenes pilotos cumplen misiones diurnas, nocturnas y ayudan al control del narcotráfico. Los radares que ya están llegando, ya los tenemos; los aviones de transporte que ayudan a la comunidad. Cuando no había barcazas en Galápagos nuestros aviones cumplieron un puente aéreo como siete meses, transportaron millones de libras de carga y miles de pasajeros.
¿Y las malas?
Esas no se cuentan. Sinsabores cuando hay accidentes. La meta es que no haya accidentes, pero es imposible que no los haya en una institución como la nuestra en la que el riesgo es lo principal. Estamos trabajando al filo del riesgo. Esos accidentes, que uno no los comprende pero pasan, son de las cosas malas que hay que saber asimilar, aceptar y corregir.