Rutina. A partir de las 18:00, decenas de personas llegan al parque de la Kennedy para realizar bailoterapia.

Hay iconos que son el barrio

Las actividades del sector giran en torno a espacios icónicos que, con el pasar de los años, han convertido a barrios específicos en puntos de encuentro de cientos de personas.

Las actividades del sector giran en torno a espacios icónicos que, con el pasar de los años, han convertido a barrios específicos en puntos de encuentro de cientos de personas.

La religión y el deporte son dos de los motores que mueven a los vecinos a organizar labores que mantengan viva la historia durante generaciones.

Algunos moradores viven ahí desde que nacieron, otros, en cambio, han llegado por casualidad. Ninguno se quiere ir.

En el parque de la Kennedy, por ejemplo, se reúnen personas de todos los sectores de la ciudad. Por años, ese ha sido el lugar preferido para realizar deportes, o simplemente para pasear.

En El Paraíso, las procesiones hacia la gruta de la Virgen se realizan cada año desde hace más de cinco décadas, y los jóvenes han tomado la posta para evitar que la tradición termine. Lo mismo sucede en Samanes 5, con la Cruz del Papa y en el Suburbio, con el Cristo del Consuelo.

EXPRESO recorrió estos lugares y presenta la historia que aún vive alrededor de los barrios que ya son íconos en Guayaquil.

La Kennedy

La amistad se fortalece en el parque

Cada noche luego de las 19:00, Emilia Palacios, residente de la ciudadela Kennedy Norte, acude junto a ocho amigas al parque de la Kennedy -oficialmente llamado Clemente Yerovi- para trotar. Todas son mayores de 65 años y llegan enfundadas en licras negras, rosas o de tonalidades psicodélicas. Se estiran, no más de diez minutos y empieza la acción.

Las mujeres, que llevan 12 años haciendo lo mismo, fusionan su ejercicio con el baile. “Damos alrededor de 4 vueltas en la pista (de 500 metros) y luego nos movemos al ritmo del merengue o la música electrónica”, dice. Alrededor de 60 personas, en su mayoría del sector, las acompañan.

Pero en el parque también planifican otras actividades. El pasado miércoles, y luego de su rutina de baile, ellas organizaban el almuerzo que tendrían hoy.

“El parque ha permitido que los vecinos seamos amigos. Yo, por ejemplo, he agregado a estas ‘chicas’ a mi familia. Con ellas voy al cine, a la playa y hasta pasamos juntas Navidad”. El parque es un punto de encuentro, de vida comunitaria, agrega Camila Medina, miembro del grupo que vive hace 60 años en el sector.

Jorge Alcedo, quien se asentó en la zona cuatro años antes de que se inaugure el Policentro -por 1979-, piensa de forma similar. Para él, el parque es mucho más que máquinas biosaludables y canchas de fútbol y béisbol. Es unión y tradición.

“Aquí he celebrado los cumpleaños de mis hijas y nietos, he participado de convivencias, sesiones de yoga, de parejas y picnics”.

Para Alcedo, quien evoca sus aventuras a EXPRESO previo a montar su bicicleta, el espacio es además sinónimo de arte. Y no se equivoca, pues al tiempo que chequea las llantas y montura, decenas de jóvenes a pocos metros de él, practican hip hop en la plazoleta, taichi y artes marciales.

Incluso, dos alumnas de diseño gráfico de la Universidad Católica de Guayaquil realizan bocetos artísticos para sus clases. Ambas viven en La Garzota, pero tres veces por semana hacen una parada obligada allí para patinar sobre la estrecha brecha de concreto o leer bajo los enormes árboles que les ofrecen sombra. Las muchachas, de 21 años, llevan siempre una lámpara portátil.

Aunque no han contabilizado el número de personas, los vecinos estiman que son alrededor de 400 los que a diario los visitan. “El fin de semana puedo jurar que hay 1.000”. Todos llegan en busca de paz, hacer nuevos amigos y alejarse del ruido, dice Palacios.

Samanes

La cruz que acogió a dos papas

n Un sector bendecido. La visita del papa Juan Pablo II a Samanes 5, el 1 de febrero de 1985, y del papa Francisco, el 6 de julio de 2015, le ha dado un sentido especial al lugar. Eso es lo que afirman los moradores de la ciudadela, ubicada en el norte de Guayaquil, que cada semana recibe a decenas de nuevos feligreses.

“Vivimos aquí hace más de dos décadas y no planeamos irnos. Este sitio es tranquilo y venir a la iglesia nos provoca mucha paz. Es nuestro punto de encuentro”, señaló Vanessa Pesántez, quien también ha puesto un negocio de comidas en la avenida principal de la ciudadela.

El diácono Víctor Restrepo explica que hasta hace siete años, en el lugar estaba la base original del templete que se construyó para la misa de Juan Pablo II. Luego de eso, el templo fue remodelado y la presencia de Francisco le sumó protagonismo. “Ya era un lugar especial por la visita de un papa. Que vengan dos lo hace doblemente sagrado y por eso todos quieren visitarlo”, precisó.

En el sitio, que también es sede de retiros espirituales y desde hace varios meses, de la vicaría del norte, se construyó una gran cruz como recordatorio de la primera visita papal.

Los moradores hacen del espacio su refugio. Hace veinte años, por ejemplo, Gustavo Hermenegildo, arquitecto y vecino, acude al templo con su familia dos veces por semana. “Participamos de la adoración al Santísimo y la misa. Este es un sitio sagrado, es lo mínimo que podemos hacer”. No son predicadores. Sin embargo, aclara, cada vez que un familiar o amigo los visita, los lleva a la iglesia. Es parte del tour, dice.

En el parque que está junto a la cruz también se realizan bingos, comidas criollas y otros eventos que unen al sector.

El Paraíso

La histórica gruta que mantiene viva la fe del barrio

En la ciudadela El Paraíso, que según sus primeros moradores es una de las más antiguas de la urbe, existe una gruta de fe que hace más de 50 años es visitada por los vecinos, de forma constante, en el sector.

Beatriz Palacios, Kevin Gonzales, María Elena Olvera, Leonor Matute, Patricia Amores son apenas algunos de los moradores que habitan en las 4.500 viviendas que se asientan allí y que cada sábado la visitan. Salen de sus casas a las 06:00 con rumbo al mirador y ante la vista panorámica de la ciudad, ascienden 70 escalones hasta llegar a la gruta de la Virgen Santa María del Paraíso para rezar.

Gonzales, quien vive en El Paraíso desde que nació, ha perdido la cuenta de las veces que ha estado frente a la imagen. “Han sido tantas. He participado de muchísimos ritos católicos”, dice, al recalcar que la obra, construida en mármol por el escultor Manuel Velasteguí, está edificada sobre una formación rocosa natural, descubierta en los bajos del cerro San Eduardo.

Y aunque la imagen ha sido cambiada en tres ocasiones, debido a los daños que sufrió, para Leonor Matute es sinónimo de respeto, milagro y amor.

“La Virgen nos ha protegido de las peores lluvias y catástrofes, ha cuidado de las familias. Mire cómo nos mantiene unidos, sanos”. Gracias a ella, dice Palacios, la ciudadela conserva su historia y El Paraíso “es lo que es”.

A la fecha, algunos jóvenes han decidido tomar la posta para avivar la devoción hacia el lugar. “Hay una generación, una nueva generación, que quiere hacer actividades y mantener viva la llama de la fe. Esperamos que logren hacerlo”, dice Gonzales.