Guayaquil metropolitano y el estero

Habrá aparecido ya esta columna cuando la ciudad celebre un año más de su fundación. Esto nos obliga a inclinarnos reverentes ante su grandeza histórica en la región y el país, como también augurarle muchísimos logros como urbe integradora y acogedora, pero siempre de manera libérrima y hospitalaria.

Debemos recordar su crecimiento poblacional como su gran expansión territorial, que se ha saltado los límites urbanos formales. En la actualidad su tejido citadino se expande parcialmente en áreas pertenecientes a 7 cantones circunvecinos, conformando “conurbaciones”. Desde el inicio de la segunda mitad del siglo XX estos procesos se han acelerado, creando una serie de problemas reales, entre los que destacamos el deterioro ambiental del estero Salado, con sus 19 ramificaciones, y que desde una perspectiva holística, coadyuva a la paulatina destrucción del sistema estuarino del golfo de Guayaquil, como de la cuenca del Guayas.

El sistema del estero Salado ha sido afectado por el crecimiento acelerado de la población metropolitana, incluyendo asentamientos urbanos, legales e ilegales; actividades industriales y agrícolas contaminantes, por insuficientes u obsoletos sistemas de alcantarillado sanitario, falta generalizada de tratamiento de las aguas residuales, una inadecuada gestión de los desechos sólidos y por la baja cultura ambiental de su población.

Desde 1986, con la conformación de la Unidad de Rescate del Estero Salado, hasta la actualidad, con el proyecto Guayaquil Ecológico, tanto el Gobierno Central como el GAD de Guayaquil vienen haciendo reconocidos esfuerzos; pero pese a la permanente búsqueda institucional de soluciones y grandes inversiones estatales para reducir la contaminación, sus niveles siguen siendo realmente alarmantes. ¿Por qué estos fracasos? Ciudades como Londres han recuperado al río Támesis, o Madrid al Manzanares. ¿Por qué los guayaquileños no podemos lograr rescatar nuestro estero Salado?

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