Cena navideña. De vez en cuando, el grupo de bomberos de la Compañía 44, cena sin interrupciones.

De guardia para cuidar que los demas festejen

38.000 manzanas. En todo ese escenario urbano de Guayaquil se encenderán esta noche miles de miles de monigotes.

A las 12 de la noche de cualquier 31 de diciembre, Guayaquil se convierte en una enorme hoguera. Cerca de 500.000 muñecos arden de manera simultánea en las calles de una ciudad que festeja. En medio de tanta euforia, el peligro es inminente.

Un tiempo que puede durar una hora, pero sus efectos abarcan hasta bien entrada la mañana. Nunca deja de suceder algo. Una emergencia médica, el roce de dos vehículos cuyos conductores se abren camino entre los monigotes encendidos; un conato de incendio que se suscita en un predio vacío o la quema de maleza en algún cerro aledaño a la ciudad.

Pero a veces, en términos de segundos, se desata el drama. Una muerte violenta o la movilización de una ambulancia que acude a atender un llamado de auxilio, tal como sucedió la madrugada del 1 de enero de este año, cuando Víctor Miguel, de 16 años fue trasladado hasta el hospital del suburbio porque perdió la mano derecha luego de estallarle una camareta.

O como lo que se presentó en unas de las guardias de Ivette Rangel Morla, quien como personal del Sistema Integrado de Seguridad ECU-911, recibió la llamada de un niño. “Fue desesperante. Se trataba de un adulto que se estaba incendiando y el niño pedía auxilio. Luego supe que era el padre y que falleció por las quemaduras”.

Resulta difícil de entender que en medio de tanta alegría, conviva la desgracia.

En noches como esta se encienden las alertas y en determinados sitios hay gente que está preparada para que, cuando algo suceda, esté predispuesta para enfrentar cualquier situación de riesgo.

Si existe un lugar que sirve como termómetro para terminar qué tan intensas resultan las noches del 31, esa es la sala de consolas y monitoreo del ECU-911.

Las llamadas se triplican. “Llegan unas tras otras. Estamos atendiendo una y ya tenemos cinco o seis en cola”, dice Ivette, quien en siete años de labores en esta institución, a las 22:00 de hoy marcará ingreso para iniciar su cuarta guardia atendiendo llamadas de emergencia la noche del 31 y madrugada del 1 de enero.

A la espera de lo que suceda en noches como estas, hay gente distribuidas por toda la ciudad. Unos están en los hospitales, otros en las unidades policiales. En los 46 cuarteles que el Cuerpo de Bomberos tiene distribuidos en toda la ciudad, nadie duerme. Existen 1.700 elementos en alerta y en guardias reforzadas con voluntarios.

“No niego que tenemos ciertos momentos para sentarnos a cenar, pero cuando suena la alarma, uno olvida todo”. Quien lo dice es Segundo Guzmán Franco, conductor de una de las unidades de la Compañía 44, General Eloy Alfaro, aledaño al parque Samanes. Algo así sucedió la noche del 24 pasado. “Nosotros no cenamos a las 12, porque a esa hora cualquier cosa puede pasar. A las 11:00 estábamos sirviendo cuando tuvimos que dejar los platos ahí, porque tuvimos que acudir a atender un fuego estructural”.

Guzmán tiene 46 años de edad, 13 de estos como bombero rentado. Esta noche ha sido asignado para el turno más complejo para cualquier bombero de la ciudad.

Ronald Montesdeoca es su compañero de unidad. En enero cumplirá su primer año entre el personal que acude a atender las llamadas de emergencia. Antes, 17 años, estuvo detrás de las consolas que reciben las llamadas.

“Si en los cuarteles contamos con cierto tiempo -mientras allá afuera no suceda nada- en el área de comunicaciones, hay días en los que las manos no nos alcanzan para atender tantos pedidos de auxilio”, agrega Montesdeoca.

Mientras ellos trabajan, en casa hay quienes los extrañan. “Cuando comuniqué a mi familia que debía trabajar esta noche, el menor de mis hijos -tengo tres-, me preguntó que quién iba a estar a su lado cuando tocase de encender la pirotecnia”, dice Carlos Mujica, del área de monitoreo de cámaras en el ECU-911, quien lleva cuatro años en esas funciones.

Algo similar sucedió con Montesdeoca, a cuyos tres hijos -de 4, 7 y 15 años- no les gustó para nada que esa noche en la que tantas familias se reúnen, él no iba estar en casa. “Alguien tiene que cumplir con este tipo de tareas. Me tocó ser uno de tantos en esta noche”, es lo que dice este bombero, quien estará pendiente por si ocurre algo, mientras miles de guayaquileños vivirán de manera sinigual las más intensas de todas las noches.

La noche en que hay un descanso

La Terminal Terrestre es uno de los lugares más intensos de la ciudad. Cada día entran y salen por ahí unas 70.000 personas. Ese lugar se convierte a la medianoche del 31 en uno de los sitios con menos afluencia. Aunque nunca cierra, entre las 22:00 y las 04:00, no atienden las ventanillas de las 88 cooperativas, al igual que los 260 locales comerciales. Solo 53 personas que hacen guardia y uno que otro pasajero que no alcanzó a salir. Todo es muerto en una noche en la que se festeja frenéticamente.