Europa y la crisis de Italia
Desde que el populista Movimiento Cinco Estrellas y la derechista Liga se hicieron con una mayoría parlamentaria conjunta en la elección del 4 de marzo en Italia, la política en este país estuvo paralizada, mientras los dos partidos trataban de formar gobierno. Pero ahora, tras la decisión del presidente Sergio Mattarella de rechazar la propuesta de la coalición de designar al economista Paolo Savona (un decidido euroescéptico) como ministro de economía y finanzas, la situación cambió drásticamente.
En vez de explorar alternativas más moderadas, la coalición abandonó las negociaciones y pidió una nueva elección. El intento de formar una administración tecnocrática provisoria elegida por Mattarella generó un choque con los populistas, que pudo llevar a una crisis constitucional y atemorizó a los mercados. Ahora parece que la situación volvió a cambiar, y se habla otra vez de un gobierno de coalición. Pero la volatilidad y la incertidumbre persisten. Es la primera vez en la historia de Italia de la posguerra en que una coalición de partidos de los extremos políticos intenta formar gobierno sin ninguna participación de las fuerzas centristas.
El M5E y la Liga representan a dos electorados diferentes, pero entre los que tal vez haya coincidencias. El bastión del M5E es el sur italiano, más pobre; el de la Liga es el norte próspero, donde una gran comunidad de pequeñas empresas abriga temores a la inmigración, la globalización y los impuestos altos.
Ninguno de los dos partidos representa a los italianos que quieren un cambio pero siguen apoyando la pertenencia de Italia a la Unión Monetaria Europea. Estos votantes no se han hecho escuchar mucho, pero ahora Mattarella está decidido a canalizar su expresión.
De haber otra elección, podría ser en la segunda mitad del año o a inicios de 2019. En cualquiera de los casos, ahora va a ser en esencia un plebiscito sobre el euro. La campaña será cruel y divisiva, y el resultado no generará más certidumbre sobre el futuro. En mayo de 2019 habrá elecciones para el Parlamento Europeo, y la situación en Italia movilizará, sin duda, a los partidos nacionalistas y euroescépticos que esperan cambiar el equilibrio político de la UE ya que Italia es un miembro fundador de la UE.
Las raíces del malestar económico de Italia son la baja productividad, la demografía desfavorable y la mala gobernanza en muchas partes del país, factores todos ellos anteriores a la introducción del euro en 1999. La dirigencia política tradicional de Italia esperaba que la pertenencia a la eurozona crearía las condiciones para una amplia reforma económica, pero en vez de eso, el euro le quitó a Italia la posibilidad de la devaluación competitiva. Después de la crisis financiera de 2008, a Italia le fue peor que a cualquier otro estado miembro de la eurozona (salvo Grecia). Y la mayor parte de responsabilidad es de los pasados gobiernos italianos, que no enfrentaron los problemas estructurales del país.
La historia italiana es diferente del relato de auge y caída aplicable a Irlanda, España y Portugal en años recientes. Italia no tuvo ni una bonanza crediticia durante la primera década de pertenencia a la eurozona, ni una debacle en el sentido tradicional. Los problemas del país son estructurales y demandan un programa de reformas creativo que haga frente a las causas profundas de su mal desempeño económico en los últimos veintitantos años. Ni la disciplina fiscal recomendada por la UE ni la prodigalidad fiscal populista resolverán este problema fundamental.
Italia necesita acciones decididas que ayuden a las partes realmente productivas de la economía a crecer más rápido y aprovechar la demanda externa potencial. Asimismo más inversión pública en infraestructura y educación, resolver la corrupción, la ineficiencia del proceso judicial y la ineficacia de las instituciones locales.