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La encrucijada chilena

Una de las certezas del pensamiento político vigente hace unas décadas era que las clases medias, pese a la imprecisión del término, eran los custodios por excelencia de las democracias liberales. Frente a la aparición de los populismos en la primera mitad del siglo XX, pero sobre todo de los movimientos de la izquierda revolucionaria en los años sesenta y setenta, que pretendían terminar con las denominadas “democracias burguesas” mediante la vía de las armas, los defensores ideales de la estabilidad y del desarrollo económico, “el capital social de las naciones”, eran quienes habían accedido a una nueva forma de vida, cualitativamente distinta de la de sus padres y abuelos. El ascenso social que permite la educación y el acceso a empleos profesionales hace posible una nueva y mejor calidad de vida que implica la inevitable transformación de los hábitos, las formas de pensar y la adquisición de virtudes como el escepticismo, que relativiza a los valores heredados como referentes absolutos.

Esta tranquilizadora visión de la estabilidad de las democracias liberales basadas en el capital social de las clases medias ha entrado en crisis. Con una diferencia fundamental con respecto a lo que ocurría en el siglo pasado.

Los críticos intransigentes del “statu quo” no son ya como antaño, las vanguardias revolucionarias del proletariado y sus intelectuales sino los mismos que han accedido al nuevo estatus y disfrutan de su posicionamiento y del mundo del consumo de las sociedades desarrolladas.

Al día siguiente de la primera vuelta de las elecciones chilenas los analistas políticos no entendían lo que había pasado. En realidad, Sebastián Piñera con el grupo situado a su derecha liderado por José Antonio Kast, sacó el mismo porcentaje de las elecciones del 2009. El oficialismo de la Concertación, ahora denominada Nueva Mayoría, se mantenía en igual porcentaje de la elección anterior.

La sorpresa, era el 20,43 % del “sector díscolo”, representado por Beatriz Sánchez en el Frente Amplio, que cuestiona a fondo el sistema y niega treinta y cinco años de ascenso social.