Distorsionar la realidad

A manera de lo que acontece en un salón de espejos donde se distorsionan las imágenes, quienes practican la vida pública y política deben desenvolverse en un medio que premia el secretismo y las apariencias. Es una cultura farisea en la que las formas cuentan pero las realidades subyacentes dominan. Nos referimos en esta caso a la estructura y niveles de las remuneraciones percibidas por los altos personeros de gobierno, las mismas que, al no guardar relación con el descargo de responsabilidades, conducen a las consabidas “mañoserías” que muchas de las veces terminan en negociados y corruptelas.

Como sociedad exigimos, y es lo correcto, honestidad e integridad en el descargo de las responsabilidades de los funcionarios. La contraparte de aquello es que debemos estar preparados para pagar, en los términos del mercado, lo que el descargo apto de los deberes del Estado implica. Brindar la tranquilidad económica en el ejercicio de gobierno no implica perder de vista el que las conductas delictivas no necesariamente se curan con el pago justo. Pero, por encima de cualquier escollo, conservar el ‘statu quo’ no es sano, honesto o eficiente para el buen manejo del interés público.