El diezmo en la sangre

Winston Churchill, el padre de la moderna Inglaterra, dijo: “Un buen político es aquel que, tras haber sido comprado, sigue siendo comprable”.

Lo he recordado a propósito de los diezmos que le costaron el puesto y la honra a la vicepresidenta de la República, cuya ardorosa defensa del cargo mostró que se quedó más triste por lo primero. Es más: pareciera que no tiene conciencia de la colosal falta ética que significa pedir supuestos ‘aportes voluntarios’ a los compañeros de teta, perdón, de lucha.

Pero entendámosla: el diezmo es una institución monárquica, terrateniente, incluso religiosa, de honda raíz. Truena Malaquías desde tiempos inmemoriales en su capítulo 3, versículo 10: “Traed todo el diezmo para que haya alimentos en mi casa, dice el Señor de los Ejércitos”. Y aunque hoy está en declive la figura, el imperio de muchas iglesias se formó con amenazas así. Santas, por supuesto.

El diezmo político en Ecuador no es nuevo. Dos exasambleístas me dicen que fue práctica común de “muchos partidos” y que si investigaban a todos por igual, “media Asamblea hubiera tenido que irse a su casa”. ¿Mienten? Bueno, un excolega suyo dijo, sin empacho, que desde Carondelet se les pasaba revista de las contribuciones, con ‘power point’ en mano. Nadie, hasta hoy, lo ha llamado para que amplíe y pruebe sus dichos.

Dudo que lo hagan: con la cabeza de María Alejandra Vicuña a los dueños del poder les alcanza. Ella se merece la media línea deshonrosa que le deparará la historia, pero la basura acumulada seguirá intacta bajo la alfombra. Todos los que diezmaron a subalternos seguirán impunes y recolectando para las arcas del partido. Porque ellos no entienden, ni quieren entender, que la cosa pública no es propia. Que nombrar a alguien bajo condición de la tajada, o disponer de sueldo ajeno, o recibir ¡fondos públicos! en su cuenta personal es un asalto a la moral ciudadana.

Difícil que entiendan. Ellos y quienes los protegen son, bien decía Churchill, comprables. Ellos solo entienden a la política como un toma y dame. Un buen negocio, una vulgar compraventa. Como si llevaran la cultura del diezmo en su sangre.