El crepusculo del euro

En mayo de 1998 se implementaron tasas de conversión irrevocables para las monedas que se fusionarían en el euro. La primera década de su vida daba la sensación de ser una fiesta, particularmente en el sur de Europa; pero la segunda década trajo consigo la inevitable resaca. Ahora, cuando entramos en la tercera década, el estado de ánimo prevaleciente parece ser el de una creciente radicalización política. La fiesta original fue una cornucopia de crédito barato que los mercados de capital emitían, felices, a los países del sur de Europa bajo la protección del euro. Estos países finalmente tenían dinero suficiente para aumentar los salarios y pensiones del sector público, y consumo e inversión privados. Pero la inundación de crédito creó burbujas inflacionarias que estallaron cuando la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos se propagó a Europa. Las economías del sur de Europa, antes semicompetitivas y luego sobrevaluadas, empezaron a imprimir lo que ya no podían pedir prestado. Favorecidos por el Banco Central Europeo retiraron cientos de miles de millones de euros del sistema monetario a través de sobregiros Target y de 2010 en adelante recibieron paquetes de rescate fiscal de la UE. Los mercados financieros creyeron que estos paquetes de rescate eran insuficientes y el BCE en 2012 hizo la promesa de cubrir una cantidad ilimitada de bonos gubernamentales de los Estados miembro transformándolos en eurobonos de facto. Finalmente, en 2015, el BCE lanzó su programa de alivio cuantitativo, y bancos centrales de los Estados miembro compraron títulos por un valor de 2.400 millones de euros; la base monetaria de la eurozona creció drásticamente, pero en lugar de utilizar el dinero extra para lubricar sus economías domésticas, los países del sur de Europa realizaron órdenes de pago a Alemania. Obligaron al Bundesbank a solventar la compra de bienes, servicios, inmuebles, acciones corporativas y hasta compañías enteras. A pesar de este sobregiro perpetuo, los sectores industriales de los países del sur de Europa todavía están muy lejos de poder recuperar su competitividad. Hoy, en la tercera década del euro, vale la pena observar que Portugal, España y Grecia están gobernados por socialistas radicales que han abandonado el concepto de responsabilidad fiscal, al que llaman “política de austeridad”. Así, ni siquiera el entusiasta del euro más comprometido puede decir con la mano en el corazón que la moneda única ha sido un éxito. Europa se ha extralimitado. Desafortunadamente, el gran sociólogo Ralf Dahrendorf tenía razón al concluir que “La unión monetaria es un grave error, un objetivo quijotesco, imprudente y erróneo, que no va a unir sino a desunir a Europa”.

Resulta difícil ver un camino claro hacia adelante. Algunos están a favor de una mayor socialización de la deuda y un reparto del riesgo a nivel europeo. Otros advierten que esto llevaría a Europa a un lodazal aún más profundo de irresponsabilidad financiera. La distorsión concomitante del mercado de capital causaría un grave perjuicio económico, que Europa no puede permitirse, dada su difícil posición competitiva global frente a una China emergente y una Rusia y un EE. UU. cada vez más agresivos. De una manera o de otra, la tercera década del euro decidirá su destino.