Separar. Antonio Quirumbay efectúa la selección de la paja toquilla, luego que ha sido procesada.

En Barcelona son campeones para el tejido con paja toquilla

En esta población de aproximadamente cuatro mil habitantes, el 75 % de sus hombres y mujeres se dedican al cultivo, producción y confección de artesanías en paja toquilla.

El monumento a un sombrero gigante de paja toquilla da la bienvenida a la población de Barcelona, al norte de la provincia de Santa Elena, este ícono de cemento representa el trabajo artesanal que por décadas es el sustento económico de las familias que allí viven.

En esta población de aproximadamente cuatro mil habitantes, el 75 % de sus hombres y mujeres se dedican al cultivo, producción y confección de artesanías en paja toquilla; para ellos, aquella planta es el mejor regalo que Dios les ha otorgado.

El septuagenario, Francisco Pozo, recuerda que su bisabuelo le conversaba que por los años 1890 llevaba a lomo de caballo grandes bultos de paja toquilla al puerto de Manglaralto y en gabarras los trasladaban hacia Manabí, después por la época de 1930 el destino cambió hacia Guayaquil y Cuenca.

“En la montaña aún se conservan los grandes toquillales, están a unos 20 kilómetros del pueblo”, asegura el anciano que todos los días desde las 05h00 empieza a tejer trenzas de paja toquilla para que sus hijas después elaboren, gorras, canastas, carteras, bolsos y otras artesanías.

Por su edad, Pozo ya no labora en el campo, ahora son sus familiares quienes mantienen el cultivo de paja toquilla que luego de un largo proceso se convierte en la materia prima de los finos sombreros y demás artículos que las hábiles manos de las féminas del poblado tejen.

En esta comunidad existen tres locales donde se reúnen las familias para preparación de la paja toquilla después que es traída del campo, es en estos sitios donde se cumple el trabajo clave para la obtención de los hilos. La labor consiste en la selección, cocinado y secado de la paja.

Enormes pailas llenas de cogollos se colocan en los hornos, utilizando un largo madero de forma permanente, las mujeres mueven los bultos; el objetivo es que se cocinen bien, después de varias horas se lleva la paja a los cordeles para el secado y luego se despegan las hebras.

“Es bien duro todo este proceso, pero ya estamos acostumbradas, los hombres cosechan la paja en el campo y nosotros la preparamos y tejemos en el pueblo, con lo poco que se gana mantenemos los hogares”, comenta Gloria Quirumbay.

Recorrer el poblado de Barcelona a cualquier hora del día es encontrarse con mujeres y hombres que al pie de sus viviendas realizan alguna labor relacionada con la paja toquilla.

María Orrala y su nuera Pabla Reyes son expertas en el desvenado o separación de las hojas de cada cogollo, ellas trabajan juntas en casa mientras sus esposos son los encargados de traer la toquilla del campo.

Antonio Quirumbay es otro de los pobladores que en ocasiones le toca acomodar la paja seca que en pequeños bultos es entregado a las tejedoras.

“Nos sentimos orgullosos de este oficio que es la herencia dejada por nuestros antepasados”, señaló Quirumbay, mientras contaba 112 tallos que denomina “ocho”, la medida fue inventada por los ancestros para vender los bultos de paja, sistema que aún mantienen.

Selenita Pozo, es líder de la agrupación ‘El paraíso de las artesanas’, institución que agrupa a medio centenar de mujeres que se dedican al tejido de sombrero, actividad que por décadas se realiza en esta comuna.

El sombrero tejido en Barcelona es llevado en grandes cantidades hacia Montecristi y Cuenca para su comercialización y exportación, aunque la marca sale de los dos lugares citados. (F)