Los absolutos

Si hay algo que cuesta entender y aprender a los tecnócratas que fungen de planificadores de la educación, es el hecho de que esta, antes de ser una ciencia, deviene en identificarse como un acto esencialmente humano, en el que los absolutos no son posibles y las especificidades, los imprevistos y las particularidades cuentan.

Así por ejemplo, cuando se dijo y en absoluta verdad, que la escuela unidocente era una lacra, no se quería decir que esta debía desaparecer en todas partes y a rajatabla.

Hay circunstancias por situación geográfica, por situación demográfica o por mil y una variables, en que la escuela unidocente debe subsistir. Su presencia fue mala en tanto y en cuanto se la quiso convertir en una generalidad, haciendo ciertamente del proceso educativo una farsa, pero la solución jamás era el que no existiese ni una sola de ellas.

De igual manera, cuando se afirma que todos deben estudiar lo mismo y que todos deben aprender lo mismo, se comete otro error, pues el aprender depende de factores aun congénitos e innatos; es más, ni siquiera puede suponerse que todos los seres humanos tenemos desarrolladas en idéntica forma las interconexiones neuronales.

Por tanto, hay que respetar al individuo, al ser uno y único que es cada quien y entender que en educación no se puede normar con criterios uniformantes y verticales.

La esencia misma de la educación es la libertad, los absolutos la constriñen, la matan.

Pretender gobernar desde el centro el mundo educativo, legislando hasta el mínimo detalle, normando o pretendiendo normar cada acto profesoral, académico o estudiantil, resulta un absurdo.

La gobernanza del hecho educativo debe quedar en manos de las instituciones, de aquellas instituciones que están cercanas a los niños y jóvenes a los que enseñan, a las comunidades a las que atienden.

El Ministerio debe regir sobre la generalidad, debe poner su gran peso sobre la calidad y cumplimiento de objetivos, supervisando, acercándose a los centros educacionales y no solo midiendo con cifras frías, que muy poco hablan de las verdades áulicas.

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