Editoriales

Plusvalía ficticia

A diferencia de otras ciudades, no gozan de la privacidad,  la seguridad ni la infraestructura que hacen que habitar en ellas sea un privilegio.

Las zonas más exclusivas del Gran Guayaquil, a diferencia de otras ciudades del mundo, no gozan de la privacidad, el verdor, la seguridad ni la infraestructura que hacen que habitar en ellas sea un privilegio por la alta calidad de vida que ofrecen. En Samborondón, hasta en las urbanizaciones más cotizadas, el ancho de las calles, la falta de suficientes plazas de parqueo para visitantes, o incluso el haber destinado el garaje de las viviendas para otros fines, generan incomodidades impropias de zonas con el más alto precio por metro cuadrado. Los reglamentos impuestos a la arquitectura de las casas y los escasos retiros entre ellas no brindan suficiente privacidad, por lo que la actividad puertas adentro queda expuesta ante los vecinos o el visitante que atina a pasar. Sin embargo los peros no se encuentran solo dentro de los linderos de las ciudadelas cerradas. Hay sectores donde los malos olores contaminan el ambiente, el tráfico no fluye por no existir vías secundarias, no se cumplen las normas que regulan los ruidos estridentes por lo que la música a todo volumen atormenta a diario a las familias, y no existe por lo menos un gran parque público a donde el ciudadano pueda acudir a estar en contacto con la naturaleza, a relajarse y a interactuar con otras personas. Con las canteras, la falta de vías alternas y la ausencia de parques, parece que la Vía a la Costa seguirá el mismo camino.