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Insensibilidad y mojigatería

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Algún día, Lasso se dijo interesado en el ejemplo de Giscard, el presidente católico de Francia que aprobó el aborto en acatamiento de los principios del laicismo

Guillermo Lasso parece haber olvidado su estrepitoso fracaso de la primera vuelta de 2021; y el consecuente ejercicio de apertura mental que se vio obligado a practicar para la segunda, con el fin de captar el apoyo de ese segmento del electorado que no quería repetir la experiencia correísta pero desconfiaba de él por curuchupa. Lasso remontó los 12 puntos porcentuales que lo separaban de su contrincante porque supo demostrar sensibilidad frente a temas que venía desdeñando desde siempre: los derechos de las mujeres, las agendas de las minorías, la ecología, en fin, las causas de la contemporaneidad que siempre le fueron ajenas.

Creímos, en nuestro tonto pensamiento, que ese cambio de discurso era, si no real pues nadie deja de ser quien es de la noche a la mañana, sí por lo menos sinceramente asumido: un compromiso y no solo una estrategia de campaña. Que haría un esfuerzo el presidente por honrar su palabra, ser consecuente con la diversidad social del país y respetar los principios del Estado laico. El veto al proyecto de ley que garantiza el acceso al aborto en casos de embarazo por violación demuestra que estábamos equivocados. Muchos de quienes votaron por él se sienten traicionados. Ahora elegirían a otro.

Lo primero que molesta en este veto es su falta de sinceridad. El documento de 67 páginas arranca con una declaración no solicitada y por demás innecesaria: "La posición personal del presidente". Como si tal cosa fuera relevante. Como si en cualquier otro veto se sintiera obligado Guillermo Lasso a expresar su "posición personal" por fuera de las exigencias de la ley. Si en este caso lo hace debe ser porque el tema violenta sus convicciones de católico ultramontano. ¿No conoce el Ecuador entero los motivos que configuran su "posición personal" sobre el aborto? ¿No tienen que ver, como ha dicho en otras ocasiones, con su fe religiosa? Sin embargo, en lugar de declararla, Lasso disfraza esos motivos con otros: éticos, jurídicos y científicos, dice. Ese aparente respeto a los principios del Estado laico es puro simulacro.

Lo que 67 páginas de catolicismo ultramontano vergonzante no consiguen ocultar es la ridícula y fantasiosa idea sobre la realidad de la familia ecuatoriana que el presidente parece tener en la cabeza. Cuando dice, por ejemplo: "según doctores, un embarazo puede ser detectado a los cinco días después de la violación sexual", ¿en qué diantres está pensando? ¿En la niña violada por su padrastro o su tío y que, bajo amenaza, guarda silencio no cinco días sino cinco meses, hasta que lo cuenta todo porque no tiene más remedio? No, desde luego. El modelo de familia que maneja Lasso se parece al que prescribe el catecismo: la Sagrada Familia. A años luz del Ecuador.

Ante la tragedia del embarazo por violación, Lasso se complace en llenar a las víctimas (menores de edad violadas por familiares, en su mayoría) de requisitos impracticables para acceder al aborto, tendientes dizque a castigar al violador (como si la violación no tuviera su propio tratamiento en la ley penal) y no a hacer más llevadera su desgracia. Algún día se dijo interesado en el ejemplo de Giscard, el presidente católico francés que aprobó el aborto (y no por violación sino el abortoaborto) en contra de sus creencias y en acatamiento de los principios del laicismo. Para eso, claro, hay que ser estadista.