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La alcaldesa está nerviosa

Avatar del Roberto Aguilar

El problema con Cynthia Viteri es que carece completamente del sentido de lo público. Por eso se figura que no está obligada a rendir cuentas de sus actos

Con Cynthia Viteri uno no sabe por dónde empezar. Si explicándole qué cosa es el sentido figurado y cómo se lo distingue en un texto escrito; si debatiendo su perversa manera de entender la función del periodismo; si pidiéndole explicaciones por la avalancha de documentos que hablan de los negocios chuecos en su Alcaldía o, simplemente, admirando su entusiasta dedicación a la ingrata tarea de ridiculizar su propia investidura. En el fondo da lo mismo: refugiada en su personaje de mujer independiente víctima del patriarcado, ella seguirá convencida de que no tiene que rendir cuentas a nadie, incapaz de comprender la dimensión pública de su caricatura.

Hace unos años hubo un exministro que llamó imbécil a una asambleísta. En la explosión de solidaridad de género, rechazo a la violencia política machista, sororidad y buen rollito que se desató en el salón del Pleno, a nadie se le ocurrió pensar que la rudeza del apelativo quizá no tuviera relación con el sexo de la agraviada sino con sus capacidades intelectuales; es decir: que no la llamaron imbécil por mujer, como se afirmó sin fundamento, sino por imbécil. Cynthia Viteri ha desarrollado ese mismo mecanismo de defensa, que es ya parte del paisaje. Si este Diario documenta los negocios oscuros de su Alcaldía o hurga en el origen público de las fortunas personales de su marido y su exmarido, ella cree que se la persigue por su sexo. Si este columnista habla, en evidente sentido figurado, sobre sus sueños húmedos con la ley de comunicación (tan ciertos que ya ha empezado a convertirlos en realidad), en seguida se imagina que a un hombre no se le diría lo mismo. Como si hubiera algún problema en señalar que esos sueños húmedos los comparte con Jaime Nebot y Rafael Correa. En fin, Cynthia Viteri cree que las mujeres políticas tienen, por mujeres, una patente de corso que les confiere impunidad ante las críticas políticas. Y no, no la tienen.

El problema con la alcaldesa de Guayaquil es que carece completamente del sentido de lo público. Por eso se figura que no está obligada a rendir cuentas a nadie de sus actos, por abundantes y contundentes que sean las presunciones de corrupción que se desprendan de ellos. De ahí provienen sus tortuosas relaciones con este Diario, que ha decidido cumplir escrupulosamente con el papel de fiscalización ciudadana que le impone la deontología periodística. Pero es que el único periodismo que a ella le gusta es aquel de los medios que la nueva ley de comunicación aprobada en la Asamblea llama “medios públicos de carácter oficial”: un engendro propio de los Estados totalitarios, no de las democracias. El periodismo “público oficial” (un oxímoron), no es periodismo: es propaganda. Tanto le gusta que ya destinó 700 mil dólares de los guayaquileños para producir esa basura.

Así entiende Cynthia Viteri el periodismo: cree que es cuestión de ponerle plata. No concibe que Diario Expreso esté haciendo de gratis todo lo que hace. Alguien tiene que pagarle, discurre la alcaldesa en su limitado pensamiento, y ese alguien, supone, solo puede ser el Gobierno. De esa convicción al ridículo media un paso y ella lo dio con rotundidad en el lugar menos indicado: su discurso solemne en homenaje a la ciudad. Cuando pidió al presidente de la República que retire la publicidad oficial de Diario Expreso, Cynthia Viteri se pintó de cuerpo entero como una déspota intolerante que no entiende el mecanismo de la libre circulación de ideas y el debate público. Parece que los investigadores y reporteros de Expreso están sobre la pista correcta: la alcaldesa está nerviosa.