Roberto Aguilar: Por enésima vez: no es odio

Negociar con el correísmo es un error porque el correísmo es un partido antidemocrático. No hay aquí motivos emocionales involucrados
Que los correístas persiguen impunidad por sobre todas las cosas lo demuestran sus acuerdos con Guillermo Lasso durante la legislatura pasada. Una vez que al gran pacto del 15 de mayo de 2021 lo echó a perder la presión que ejerció la opinión pública sobre un presidente dispuesto a traicionar a sus electores sin hacerse líos, entraron a funcionar acuerdos puntuales en los que el Gobierno (inepto hasta el asombro) siempre llevó las de perder. Uno para que el corrupto Jorge Glas saliera de la cárcel; en retribución, la bancada correísta dejó que una reforma tributaria del Ejecutivo se aprobara por el ministerio de la ley. Otro para que la fugitiva María Duarte escapara de la embajada argentina a cambio de “apoyo político”, según reconoció el propio Rafael Correa en una entrevista con diario El Tiempo de Bogotá. En fin, asuntos tan sucios que las partes los seguirán negando hasta la tumba. Pero tan evidentes que ya nadie pone en duda su existencia.
Lo mismo ocurre con la alianza que se ha venido cocinando en estos días y cuya naturaleza puso en evidencia el bocazas del expresidente prófugo en un par de tuits. Aquí nadie está negociando visiones diferentes de la política pública para llegar a acuerdos de gobierno. ‘Apoyamos su reforma tributaria a cambio de un incremento en los presupuestos de educación y salud’, por ejemplo. O lo que fuese. ¿Quién está hablando en esos términos? Más bien la cosa va por el lado de ‘tráigame la cabeza de la fiscal en una bandeja y prometo no tratar de destituirle’. Por eso se habla de pactos de gobernabilidad, no de gobierno.
A los dueños de la moral y los patriarcas del buen rollito (influencers correístas y uno que otro jurisconsulto socialcristiano) les ha dado por acusar de “odiadores” a todos aquellos que se oponen a este tipo de negociaciones. El odio y el resentimiento, el fanatismo y la intolerancia, dicen, anima a quienes pretenden excluir al partido más votado de las negociaciones de gobierno. Hablan a nombre de la concordia, la reconciliación y la supuesta “agenda nacional”. Alguno de ellos (hombre de pocas luces y no precisamente muy intensas) llegó a sugerir graciosamente que, “para desvirtuar a los odiadores”, los puntos del acuerdo con los correístas sean públicos. Como si las exigencias del correísmo fueran remotamente confesables.
La verdad es que ya da pereza. Hay que ser demasiado cínico o demasiado tonto para omitir el argumento central de este debate y atribuir toda negativa a negociar con el correísmo a la intolerancia y al odio. Da pereza tener que repetirse pero la deshonestidad intelectual (o, en casos, la pendejez congénita) de nuestros antagonistas no deja más remedio. Así que ahí va, por enésima vez: negociar con el correísmo es un error porque el correísmo tiene un proyecto autoritario y no maneja una agenda democrática. Es un error porque su prioridad política es la impunidad para sus prófugos y sus presos. Porque su interés es recuperar el poder (lo han dicho) para quedarse con él 30 años. Porque no creen en la independencia de poderes. Porque no creen en la igualdad ante la ley. Porque tienen oscuras relaciones con el crimen organizado, al que beneficiaron abiertamente con sus políticas públicas cuando fueron gobierno. Porque todas estas características hacen del correísmo un interlocutor ilegítimo en democracia. Esto no tiene nada que ver con el odio o con la antipatía. No hay aquí motivos emocionales involucrados. Es pura racionalidad democrática. Y principios. Negociar con el correísmo implica entregar poder a los enemigos de la democracia. Nada bueno puede salir de ese tipo de pactos.