La decadencia de los dictadores

Los dictadores se encierran en burbujas de ego que les producen una ambición desmesurada y temeraria
El pasado fin de semana observamos, con sorpresa, un hecho que hace pocos meses parecía imposible: una rebelión interna en territorio ruso que amenazaba el liderazgo de Vladimir Putin y proyectaba globalmente las enormes fracturas de su régimen, en medio de una guerra provocada por decisión propia.
El desenlace del hecho fue aún más sorpresivo. En una Rusia donde las libertades políticas e ideológicas han sido cuestionadas en las últimas dos décadas, el dueño del mayor grupo de mercenarios del siglo, Yevgeny Prigozhin, después de retar al poder de su amigo presidente, a pocos kilómetros de Moscú, salió vitoreado en su auto, con total impunidad, y logró un acuerdo con el régimen. El mensaje era claro: el gobierno de Putin es frágil.
Con frecuencia, la mayoría de dictadores termina de la misma manera. Un séquito de aduladores los llevan a tomar decisiones equivocadas. Fruto de sufrir principalmente el síndrome de ‘hybris’, los dictadores se encierran en burbujas de ego que les producen una ambición desmesurada y temeraria. Este problema de vanidad y ego se amplifica a sus círculos más cercanos, por lo que se cometen actos reñidos con la ética, con la falsa seguridad de que no pasará nada a futuro. Es por ello que las dictaduras casi siempre están acompañadas de corrupción de alto nivel, en niveles históricos.
Estamos ante un punto de inflexión en relación a Rusia. Asistimos al principio del fin de más de dos décadas de un estilo de liderazgo, con visos de imperialismo, de Putin. Los últimos sucesos evidencian el cúmulo de errores de un líder que representa un peligro para la humanidad.
Cuando decidió atacar Ucrania, aprovechando algunos vacíos y errores de la política exterior de Occidente, Putin pensó que la guerra duraría pocos días. Al creer que tenía el control del abastecimiento energético mundial pensó que nadie intervendría en el conflicto. Al mantener a un grupo de mercenarios contratados como parte de su estrategia bélica y geopolítica en el mundo, al margen de la legalidad, imaginó que tendría control absoluto de sus planes. Tres errores que lo llevarán al ocaso de su sueño imperialista.
Los hechos históricos demuestran que el final de los dictadores generalmente se produce desde adentro. Ha pasado con grandes dictadores del Siglo XX y XXI, en casos que parecerían lejanos, pero también en nuestro país. En el caso de Rusia, uno de los elementos que llama la atención, más allá de la rebelión, es que Prigozhin ha denunciado que Putin fue a la guerra con Ucrania debido a malas informaciones de su entorno. Ha hablado de la corrupción de las élites que se veían beneficiadas por el ataque.
En las próximas semanas el mundo verá expectante el efecto de estos sucesos. Lo cierto es que el poder de Putin ya no es el mismo. El grave riesgo será que fruto de su vanidad, al estar en una condición de debilidad, genere un ataque temerario sobre Ucrania, produciendo más daño que el creado hasta ahora. Para la humanidad, lo mejor será que el final de su mandato llegue pronto, ojalá por vías democráticas en 2024, aunque en la historia rusa nunca los finales han sido inmediatos, sino que vienen acompañados de largos procesos de hartazgos internos.