Columnas

Guerra de egos

Hemos confundido los principios con las camisetas, con el orgullo, y nuestra política se ha vuelto una competencia de quién muestra más poder

Vivimos en un país maravilloso. Somos gente buena, nos damos la mano, somos bendecidos con unos paisajes fantásticos, una gastronomía privilegiada y nuestra tierra es muy fértil. Tanto es así que uno debe plantearse la pregunta: ¿cómo es que teniendo todo esto no logramos vivir mejor? La respuesta no es simple, no pretendo que lo sea, pero en gran medida se debe a la inexcusable mayoría de políticos que, ante cualquier situación, ponen primero su ego.

Venga de la orilla que venga, los acuerdos se han hecho imposibles más que por lo que los conforma, por el que dirán. Hemos confundido los principios con las camisetas, con el orgullo, y nuestra política se ha vuelto una competencia de quién muestra más poder.

Un país donde se decide con quién negociar con base en preferencias políticas y no en ideas está condenado al fracaso.

Un ejemplo claro es lo que sucede hoy en la Asamblea. El esfuerzo de algunos por no llegar a acuerdos con otros ha logrado que los asambleístas de ahora sean menos populares en conjunto que los que los precedieron, y la vara estaba muy baja.

¿Qué clase de institución fundamental para la democracia tiene como presidente a una persona capaz de suspender cuantas sesiones sean necesarias e incluso presentar medidas cautelares con el único fin de mantenerse en el cargo?

La misma presidenta le pidió a su bloque que la ayuden a tener una "salida digna", cuando la salida digna ya la ejecutó César Rohon, quien cuando vio que le era imposible ejercer las funciones para las que sus votantes lo eligieron, dio un paso al costado.

No sugiero en lo absoluto que exista una muerte cruzada, por el contrario, lo que debe suceder es que todos los bloques se reúnan con el presidente y que todos, incluyendo al primer mandatario, parqueen su orgullo en la puerta y se pongan la camiseta del país que juraron servir. Bien decía mi abuelo: "cuando Dios quiere castigar a alguien, lo hace soberbio".