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Simenon, de nuevo

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"...el robusto y a primera vista torpe comisario solo lograba encontrarlos cuando la atmósfera en que se movían todos los actores, incluidos los que habían sido asesinados, se volvía tan densa que la evidencia se revelaba"

Ya no se habla de Georges Simenon. Fue uno de los narradores más publicados del siglo XX. Gallimard lo lanzó a la fama en Francia; Adelphi lo consagró en Italia. Por lo menos 32 de sus obras fueron llevadas al cine por directores como Claude Autant-Lara, Marcel Carné o Jean Delannoy y en las que actuaron figuras como Jean Gabin. En español, editorial Aguilar lanzó, en los años sesenta, seis volúmenes de novelas cuyo personaje central era el comisario Maigret de la policía judicial de París. No era casual: ya para entonces el nombre de Simenon estaba casado con el del célebre comisario.

Leí con fruición en los años de adolescencia las novelas de Maigret-Simenon. Lo que me llamaba la atención era la atmósfera en que se desenvolvía la trama. Maigret no descubría a los autores de los crímenes por detalles que los delataban. Más bien el robusto y a primera vista torpe comisario solo lograba encontrarlos cuando la atmósfera en que se movían todos los actores, incluidos los que habían sido asesinados, se volvía tan densa que la evidencia se revelaba. Eso era Maigret: un hacedor de atmósferas siempre sórdidas donde el mal terminaba invocando a la piedad y el crimen su redención. Ese fue el Maigret que encontré disponible, que me atrajo y cuyos seis volúmenes leí uno tras otro. Ese fue también el Simenon que olvidé.

En La marca del editor, Roberto Calasso, editor de Adelphi, explicó que decidió publicar a Simenon con una condición: “No-Maigret”, es decir ninguna de las novelas que hicieron famoso al escritor belga, lo que parecía un desatino comercial. Y escogió un libro publicado en los años 30, ‘Les gens d’en face”’, traducido por Carlos Pujol en Acantilado como Los vecinos de enfrente.

Reencontré al Simenon de la juventud que me había fascinado pero también diferente, acorde con los años vividos. La misma magia para crear atmósferas. Pero nadie, ningún Maigret, oficiaba en las ceremonias de la muerte y del adiós. La narración como narración.

En los años treinta el escritor transparentaba el universo asfixiante y sin sentido de los regímenes totalitarios.