Columnas

Del bolero al ‘reggaeton’ (II)

"En el azar del hecho social, en su misma fugacidad, están las claves para entender el
bolero..."

La recuperación del bolero como hecho social y por tanto memoria selectiva de los hombres y mujeres de una época, la planteó el ensayista mexicano Carlos Monsiváis, formado en la tradición de sus grandes antecesores en el género de la primera mitad del siglo XX, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Salvador Novo, incluso Octavio Paz, pero también educado emocionalmente en la experiencia del espectáculo y de la consagración del gesto que el cine inaugura y consagra.

“…Y Casablanca me obligó a comprender que una mala película puede ser extraordinaria si cuenta con presencias, con valores tan entendidos y tan vigentes como el desenfrenado culto a la nostalgia inmediata”. ¿No es eso también el bolero, performatividad, acto que dura el fugaz instante de su enunciación?

El bolero fue acusado en su momento de melodramático, de formar parte del folletón sentimental latinoamericano, de kitsch. Es decir, de encubridor de la “verdadera” relación amorosa, siempre más prosaica que dramática, más productiva que lúdica, y, por tanto, artificio de consumo para el “homo faber” en tiempos libres.

El marxismo y sus infinitas sectas ideológicas, tanto como los representantes de la Alta Cultura de la época, proscribieron al bolero por considerarlo producto de la “cultura de masas”, y por tanto mistificación de la vida o de la obra artística.

Pero si el amor es, sin embargo, como dijo Jean-Luc Nancy, según recuerda Giorgio Agamben, “… aquello de lo que no somos dueños, eso a lo que no accedemos nunca pero siempre nos ocurre…”, compositores disímiles como Agustín Lara, Roberto Cantoral, Álvaro Carrillo o el menos lejano de todos, Armando Manzanero, y cantantes como Olga Guillot, La Lupe, Felipe Pirela, José José, elaboraron, entre otros, los entramados simbólicos de la experiencia amorosa de varias generaciones de hispanoamericanos, recuerda Rafael Castillo.

En el azar del hecho social, en su misma fugacidad, están las claves para entender el bolero como puesta en escena de una narrativa, de una retórica, de una convocatoria.