Premium

Fernando Insua Romero | Un verano en Nueva York

Avatar del Fernando Insua Romero

Más que celebrarlo como una victoria aislada deberíamos asumirlo como un punto de partida

Desde su captura el 25 de junio, Fito enfrenta un proceso de extradición a EE.UU., donde es requerido por narcotráfico y crimen organizado. Su posible envío a una cárcel federal norteamericana abre una vieja pregunta latinoamericana: ¿sirve extraditar capos cuando los sistemas judiciales y carcelarios de sus países están podridos hasta el tuétano? La respuesta depende de algo simple: ¿queremos cortar la cabeza del monstruo o solo esconderla afuera? En Ecuador Fito operaba con más comodidad que cualquier empresario honesto. Desde prisión ordenaba asesinatos, gestionaba negocios y corrompía a guardias y burócratas. Hasta tenía spa. Su fuga en enero de 2024 desató una ola de violencia y reveló que las cárceles no eran centros de reeducación, sino oficinas de crimen organizado. Por eso su extradición puede ser útil: en EE.UU. no hay cabinas VIP y se lo aísla del aparato que lo nutre. Pero la extradición no es una varita mágica. Bien por ella, siempre y cuando venga acompañada de una limpieza profunda del sistema penitenciario, una depuración real en la justicia, y una política criminal coherente que no premie al más violento ni al más millonario. De lo contrario, será solo teatro con uniforme. Mientras tanto, todos los ecuatorianos tenemos nuestra pequeña historia de terror. ¿Quién no ha recibido un mensaje, una llamada extorsiva o un WhatsApp que dice “sabemos dónde vives”? Muchas de estas amenazas se orquestan desde las cárceles. Algunos reos tienen mejor acceso a datos, redes y logística que un ciudadano común que paga sus impuestos y su plan de internet. Un recluso puede saber más sobre alguien que el SRI o CNT.

Entonces, la extradición de Fito es un acto de justicia y representa un logro del Gobierno. Pero más que celebrarlo como una victoria aislada deberíamos asumirlo como un punto de partida. A este esfuerzo deben sumarse la justicia, los municipios, la sociedad civil, los medios y cada ciudadano decente, pues el verdadero juicio no estará en Miami, Dallas o Nueva York, sino aquí: entre rejas rotas, datos vendidos y sujetos de nuestra sociedad entregados -por miedo, dinero o ideología- a la complicidad con estos grupos.