Premium

Ojos bien cerrados

Avatar del Diana Acosta

Es inaceptable la lentitud del Gobierno para reaccionar y tomar las medidas correctivas ante tanta corrupción campante en el Ejecutivo

Una vez más la prensa libre denuncia los actos de corrupción cometidos por el exministro de Energía: tráfico de influencias, conflicto de intereses, cohecho, peculado, la obtención fraudulenta de un carné de discapacidad y el uso doloso de este documento para lograr beneficios económicos y tributarios. Quizás por su limitación se merece el carné, pero con seguridad no por el motivo por el que fue emitido.

El anterior gerente general de Petroecuador ya adelantaba, antes de ser removido, que “el ministro de Energía se caería por la venta de cargos”. Ante tamaña acusación, el Gobierno, como en otras ocasiones similares, hizo ‘mutis’ por el foro.

Recordemos que este no es el primer escándalo de corrupción que el Gobierno enfrenta por la venta de cargos públicos, hace no mucho escuchamos cómo algunos asesores ‘ad honorem’ fueron involucrados en hechos similares, donde los cargos en discusión eran relacionados con el Servicio Nacional de Aduanas.

El Gobierno es incapaz de detectar las irregularidades que suceden en su círculo cercano, por lo que podemos concluir que mucho menos lo hacen a lo largo de toda su administración. Todo esto ocurre a pesar de tener una Secretaría Anticorrupción, que debería dedicar su tiempo a la prevención de actos dolosos; sin embargo, pareciera que el responsable de esta cartera pasa con los ojos cerrados frente a todas las anomalías.

Es inaceptable la lentitud del Gobierno para reaccionar y tomar las medidas correctivas ante tanta corrupción campante en el Ejecutivo.

Siempre, ante el estallido de un escándalo, tienen un procedimiento cliché: primero conversan con el agraviado, luego lo ratifican en su cargo y le entregan todo su apoyo; apenas le cae la Fiscalía, lo renuncian y entregan una declaración escueta dando a conocer su separación del cargo.

El constante incumpliendo de su Código de Ética por parte de sus funcionarios, demuele la poca credibilidad que le queda al Ejecutivo. El presidente y su secretario anticorrupción tienen los ojos bien cerrados ante tanto latrocinio dentro de su administración.