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Las crisis de hoy son diferentes

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...lo que parece urgente y políticamente atractivo no siempre coincide con lo que es importante, que debería ser el foco en la provisión de bienes públicos globales’.

Así como una generación cede paso a la otra, una nueva cohorte de desafíos globales reemplaza a la anterior. Hechos infrecuentes como la pandemia de COVID-19 (y el riesgo de aparición en cualquier momento de nuevos virus peligrosos) no son el único ejemplo. Los fenómenos meteorológicos extremos derivados del cambio climático ya tienen consecuencias catastróficas. La tecnología de la información y los datos a veces se usan con fines maliciosos o ciberbélicos. Incluso el encarecimiento actual de los alimentos y el aumento del hambre mundial se pueden vincular con una diseminación insuficiente de tecnologías de código abierto. Parece que vivimos en un estado permanente de peligro. Las crisis ya no son acontecimientos improbables y aislados que afectan a unos pocos. Son mucho más frecuentes, multidimensionales e interdependientes; y al trascender las fronteras nacionales, tienen potencial para afectar a todo el mundo al mismo tiempo. Además, implican tantas externalidades que ni los mercados ni los gobiernos nacionales tienen incentivos suficientes para resolverlas. Las soluciones a estos problemas dependen de la disponibilidad de bienes públicos globales; pero el sistema internacional actual es incapaz de proveer un suministro suficiente. Necesitamos grandes inversiones coordinadas en preparación y respuesta frente a pandemias, por ejemplo, o para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (un mal público global), porque ningún país actuando por separado podrá resolver las crisis actuales, menos aún prevenir otras nuevas. Es imperioso reconsiderar el funcionamiento del multilateralismo. La arquitectura financiera internacional de la posguerra se diseñó para apoyar a los gobiernos nacionales en la provisión de bienes públicos nacionales. Ahora es prioritario pensar las nuevas instituciones que se necesitan para proveer bienes públicos más allá de las fronteras nacionales. Lo ideal sería que sus elementos principales se modelen sobre la base de las herramientas empleadas para la provisión de bienes públicos nacionales: tributación, incentivos y rendición de cuentas. Y puesto que los bienes públicos globales demandan un volumen de financiación significativo y estable, hay que apuntar a la creación de una fiscalidad internacional, financiada mediante aportes universales basados en la capacidad de pago. También se necesita liderazgo en el nivel nacional, para asegurar una respuesta intergubernamental e intersectorial adecuada. Dar a contribuyentes y gobiernos los incentivos correctos para la acción no será fácil. Pero la mayoría de gobiernos se toma muy en serio las misiones periódicas del FMI.

El mundo no está preparado para hacer frente a la nueva generación de crisis. En vez de concentrarnos solo en las deficiencias dentro de un área particular al momento de una crisis, tenemos que comprender por qué una y otra vez fracasamos en la provisión de los bienes públicos globales que todas estas crisis nuevas exigen. Si no resolvemos este problema, seguirán apareciendo falencias específicas. Las crisis actuales (climática, sanitaria y alimentaria) deberían bastar para poner en marcha los mecanismos de colaboración global necesarios para enfrentar esas amenazas. Si no son estas crisis, ¿qué podrá serlo?