El odio

El odio como tal ha tenido un sinnúmero de definiciones. Es un sentimiento que no merece estar en ningún ser humano. Enceguece, nubla la visión social y colectiva, obstruye el razonamiento, lo congela. Quien siente odio no tiene reparos en manifestarlo; con el gesto contraído y el entrecejo fruncido, lo pone en clara evidencia. El odio se manifiesta como sed de venganza, con un componente oculto de resentimiento social. De hecho ya hemos escuchado peroratas de un exmandatario que proclama su regreso anticipando su venganza contra medios de comunicación que no le fueron sumisos o que hoy son críticos a sus ideas o proclamas, contra dirigentes políticos contrarios y muchos etcéteras.

¿Pero quién siente odio? El odio solo tiene cabida en mentes inmaduras, con preparación cultural deficiente, con una muy escasa formación familiar, esas mentes que se pasan rumiando su inconformidad con un entorno que no los alaba o no coincide con sus ideas. El odio es una etapa primaria de la mente, donde priman los sentimientos viscerales y no hay paso a la razón. Lo vemos en dirigentes políticos, no solo en aquellos que pasaron por el poder; lo percibimos en algunos dirigentes indígenas en sus manifestaciones escritas, y algunos de sus colaboradores, no necesariamente indígenas, pero eso sí siameses intelectuales.

El odio se manifiesta también en las expresiones de rebeldía de quienes lo cultivan: allí están los sucesos de octubre de 2019, donde la bandera de lucha fue el salvajismo y un ensañamiento contra los que consideran distintos, sin contar que se utilizó ese odio como herramienta de destrucción, como pretexto para destruir evidencias, incluso como manifestaciones de un machismo irracional: “he mandado a cerrar las llaves del petróleo”, o el ultraje verbal y físico a mujeres policías. Inaceptable.

El odio, para quien razona, no es más que el veneno que bebe el odiador, esperando que se muera el objeto de su odio.

Ing. José M. Jalil Haas