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Evitemos que más Sofías mueran por la inconsciencia de otros

Hoy relataré cómo la vida de Sofía se fue en segundos, por obra de terceros. Sofía era una gata comunitaria que tuvo la bendición de, siendo “gata mestiza común” como las denominan a aquellas que no son de raza, haber sido adoptada por una familia y considerada un miembro más (no mostrada a propios y extraños bajo el eslogan de “yo lo recogí” para publicitar su acción social). A esta especie singular de individuos es común escucharles -al momento de alimentarlos- esta retórica: “apañado, recogido, arrimado, muerto de hambre, ayer comiste y hoy ya chillas porque quieres tragar”. El ambiente de la casa de Sofía no era tóxico, ella fue esterilizada, acto que confirma la tenencia responsable de su familia humana. Todo era feliz hasta que, estando en la vereda de su hogar, pasó un vendedor de marisco y la asustó sin ton ni son. Ella cruzó la calle y un carro que venía a alta velocidad la atropelló. No es obligación amar a los animales pero sí respetarlos y eso significa no causarles daño. Es muy desagradable ver a abuelos que detestan a los gatos, incentivar y festejar a sus nietos pequeños cuando se acercan a los felinos para patearlos. Conducir a alta velocidad impide frenar y atenta contra la vida del conductor, pero si la persona así lo desea, no incluya en su decisión a terceros inocentes. Caminar sin asustar a mascotas es gratis y no provoca muertes.