Cuenca, libre al fin

Al caer la noche se apoderaron de la plaza central, tomaron el cuartel que abandonaron en fuga los realistas y proclamaron triunfales la Independencia de Cuenca.

“Nobles ciudadanos, prevengan las armas para nuestra libertad y la de nuestros hijos… no queremos tirano rey”. Así el pueblo del austro de la patria anunciaba que cuando este reclama sus derechos no existe poder alguno que los conculque, encadene, o siga humillando. Los años pasaron sin borrar de sus mentes y almas la llama de la Libertad; avivaron el fuego y la llamarada brotó. Este proceso nació con la rebeldía de Rumiñahui, de las alcabalas, con Espejo y Mejía, con Cañizares y Montúfar, con el glorioso agosto y los héroes ignotos del año 10. Hasta que Guayaquil deleita sus aires celestes y blancos en octubre nueve del año 20. Es el proceso que no se detiene, la marcha gloriosa de la libertad, llevando en la diestra el pendón de la justicia. Los patriotas cuencanos de 1820 habían decidido acabar con el yugo colonial para encontrar su propio destino. Provistos de escasas armas se apertrecharon en la plaza de San Sebastián para preparar el ataque al cuartel rigurosamente guarnecido por 109 soldados realistas. La plaza central (parque Calderón), era escenario de repetidas escaramuzas con la reacción del pueblo en favor de la independencia. Las horas del día gastadas en infructuosa lucha eran para descorazonar aun a los más bravos. Parece que los patriotas pensaban en una retirada definitiva, cuando asomaron el cura Cuchipata y el maestro Javier de Loyola, con numerosos esfuerzos de gente blanca e indígenas armados. Reforzados, rehicieron filas. Al caer la noche se apoderaron de la plaza central, tomaron el cuartel que abandonaron en fuga los realistas y proclamaron triunfales la Independencia de Cuenca.

Lic. Iván Vaca Pozo