
Roberto Manrique en 'El Ansia': Secretos de su transformación actoral
¿Cómo se preparó Roberto Manrique para "El Ansia"? Descubre sus técnicas para interpretar a Daniel y Andrés
En un día nublado en el Hotel Río Guayas, después de la sesión de fotos, con aroma fresco, postura segura y amigable, el actor Roberto Manrique le da un par de mordiscos a una barra de Pacari mientras recibe nuestra visita con la calidez de quien está acostumbrado a abrir su corazón cada noche. “Esta obra me cambió”, confiesa mientras acomoda una silla. “No solo como actor, sino como ser humano”.
La entrevista continúa con un mensaje inesperado: “Ignasi Vidal (director de la obra) quería que trabajáramos juntos. Cuando leí el texto, entendí por qué el universo me lo ponía frente a los ojos, justo cuando cuestionaba mi vocación”. Manrique atravesaba en ese momento por lo que se denomina ‘el síndrome del actor cansado’. “Venía de proyectos comerciales, divertidos, pero que no llenaban ese hueco artístico. El ansia llegó como un bálsamo”.
El proceso creativo fue distinto a todo lo anterior: “Normalmente busco referentes externos para construir personaje”, explica “Pero Daniel y Andrés, mis personajes, surgieron directamente del texto, como si ya vivieran en mí. Fue mágico”.

El desafío actoral de ser dos
Interpretar a Daniel (un pintor apasionado en el Ecuador de los 70) y a Andrés (su hijo adulto en la actualidad) exige un gran dominio técnico. “Los cambios son abruptos”, comparte Roberto. “A veces con solo un golpe de luz y un suspiro, debo transformarme completamente. Lo más difícil fue encontrar los silencios adecuados; Ignasi los escribió con precisión milimétrica”.
El actor revela un truco personal: “Daniel lleva los hombros más caídos, como cargando el peso de su secreto. Andrés, en cambio, tiene una postura más rígida, como si intentara protegerse de algo que no termina de entender”.
Su contraparte perfecta
“No exagero si digo que el 50 % de esta obra es Giovanna (Andrade). Hay escenas donde solo su mirada me sostiene. El teatro tiene esa cosa vulnerable: si uno flaquea, el otro debe estar ahí para sostenerlo”.
Esta conexión se construyó durante los intensos meses de ensayo en España el año pasado: “Trabajamos con la disciplina de atletas. Ignasi nos exigía perfección, pero desde el amor. No es el tipo de director que grita; prefiere guiar con preguntas que te hacen encontrar las respuestas por ti mismo”.
¿Por qué la obra resuena tanto? “No es solo una historia de amor prohibido. Habla de herencias emocionales, de cómo cargamos con las elecciones de nuestros padres y de la necesidad de romper cadenas”.
La obra se presenta hasta este domingo 29 de junio, en el Teatro Sánchez Aguilar.

Conoce a sus personajes
En un ejercicio peculiar, Roberto Manrique ‘dejó hablar’ a sus personajes durante la entrevista y reveló los matices interesantes de su proceso creativo. ¿Cómo son Daniel y Andrés? Descúbrelo aquí:
DANIEL
- Su día a día: “Mi día a día se debate entre enfrentar un lienzo en blanco y atender a mi familia”
- Su conexión con la pintura: “Es como una extensión de mis dedos... con los que creo un mundo exterior que habito en mi interior”
- El amor: “Lo que más me gusta es desaparecer en su pupila”
ANDRÉS
- Por qué prefiere la historia al arte: “Crecí siendo testigo del arte y su proceso. Me enamoré de apreciarlo, no de crearlo”
- Lo que le falta: “Me hace falta saber lo que se siente amar incontrolablemente”
- Su definición de amor: “Es un ansia que se te mete por los poros... y genera la desaparición del yo”
El juego de ser perfecto en Guayaquil
Además de compartir su proceso para personificar a Daniel y Andrés, Roberto se mostró emocionado porque al fin trae a Guayaquil su monólogo El juego de ser perfecto. La pieza nació como un grito personal y terminó siendo un espejo en el que cientos de espectadores se han reconocido. “Es curioso, creí que estaba haciendo una obra sobre mí, pero resultó ser sobre todos nosotros”.
Esta obra participativa, en la que el público elige entre 15 historias que se combinan en 248 versiones posibles, se ha convertido en una inesperada herramienta terapéutica. “En Bogotá, una mujer vino seis veces y luego trajo a sus compañeros de trabajo. En Miami, un padre abrazó a su hijo gay después de la función. En Quito, una terapeuta organizó funciones especiales para sus pacientes”, enumera Manrique, aún sorprendido por el impacto.
El monólogo, que se presenta del 16 al 20 de julio en el Teatro Centro de Arte, gira alrededor de varias anécdotas de su vida. En ellas comparte algunos temas que resuenan mucho con el público: la relación con su padre (”ese diálogo pendiente que todos llevamos dentro”), el proceso de aceptación como hombre gay (”no es una obra LGBT, es una obra sobre autenticidad”) y la obsesión por la perfección (”esa máscara que todos usamos”).
Lo extraordinario, explica Roberto, es cómo el formato interactivo replica la vida misma: “Al dar a elegir al público qué historias escuchar, les recuerdo que nuestras vidas también son el resultado de las opciones que tomamos... y de las que dejamos pasar”.
La magia ocurre en ese instante frágil post-función, cuando los espectadores se acercan a compartir sus propias historias. “Ahí entendí que el teatro puede ser ese espacio sagrado, donde lo personal se vuelve universal, donde nuestras heridas dejan de ser secretos para convertirse en puentes”, concluye el actor, quien prepara una nueva temporada de este monólogo que, como él dice, “ya no me pertenece: le pertenece a quien lo necesita”.
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