PESTES DE GUAYAQUIL
Varias epidemias y pestes han azotado a Guayaquil, a través de su historia.Archivos.

¿La COVID-19 es lo peor que le ha pasado a Guayaquil en su historia?

Un historiador guayaquileño le cuenta a EXPRESO cómo la urbe porteña afrontó varias epidemias. En 1842, el 14 % de sus 20.000 habitantes murió

Desesperación, llanto, estrés. Personas que mueren en la vía pública, centros de salud temporales y hospitales colapsados de pacientes que llegan moribundos. Un virus que se esparce como pólvora entre los hogares a pesar de mantener la distancia y el aislamiento. Charlatanes y corruptos especulando precios de medicinas y hasta doctores sobornando a los más pobres.

¿Se te hace familiar la escena? Pues este episodio no es exclusivo de la época actual por el coronavirus. Este escenario se ha repetido a lo largo de la historia de Guayaquil, cada vez que las epidemias y pestes han introducido sus garras invisibles en el cuello del Puerto Principal.

La viruela, el sarampión, el dengue, la gripe española y la fiebre amarilla son algunas de las enfermedades virales que han dejado grandes heridas en la urbe porteña. Pero entre estas, hay una enfermedad que marcó un precedente en la ciudad, por llevarse al 14 % de su población: la fiebre amarilla.

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“Aunque hubo muchos brotes de fiebre amarilla, la de 1842, fue la mayor tragedia (después del incendio de 1896), que vivió Guayaquil. El 14 % de sus 20.000 habitantes murió. El brote duró hasta 1843, un año”, narra a EXPRESO el historiador, investigador y escultor guayaquileño, Fernando Insua, quien hace un recuento de cómo la ciudad lidió con esta enfermedad, cuyo drama se asemeja al brote infeccioso causado por el virus SARS-CoV-2 (coronavirus).

La fiebre amarilla llegó a Guayaquil a bordo de una embarcación panameña, entre los pasajeros. Algunos de los síntomas que provocaba: dolor de cabeza, náuseas, somnolencia, hemorragias, vómito negro y manchas amarillas en el cuello (de ahí su nombre).

Las familias intentaban salir aceleradamente de la ciudad como fuera posible. Huían del virus hacia sus fincas, situadas en los alrededores de la ciudad a esconderse en sus casas de campo. Los que no estaban enfermos intentaban enterrar a sus difuntos. Se perdió la idea de enterrar a los muertos en terrenos aledaños a las iglesias, pues la cantidad de fallecidos era tanta que se tuvo que improvisar camposantos, tal como en este 2020.

“En esa época Guayaquil enfrentó esta pandemia con un sistema de salud propio. Para entonces había un solo hospital público, que era el de la caridad, que actualmente es el Luis Vernaza, que colapsó. Los médicos atendían, incluso, en las afueras, se contagiaban y hasta el director murió. El primer hospital del gobierno se creó en Guayaquil recién en 1972”, narra el historiador.

En aquel entonces, el gobernador de Guayaquil, la máxima autoridad de la ciudad en esa entonces, era el magistrado Vicente Rocafuerte, uno de los propulsores de la Independencia de Hispanoamérica, educado en Europa, quien era un personaje adelantado a su época, según analiza Insua.

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“Cuando recién inició la pandemia, Rocafuerte mandó a construir un hospital especial para atender a los enfermos de fiebre amarilla, porque se dio cuenta que había que separarlos de los enfermos comunes. ¿Y ahora en 2020 como se dio? En medio del brote, recién se abre un hospital a destiempo”, cuestiona.

Como a Guayaquil lo cruzaban los pantanos, Rocafuerte además ordenó que fueran secados, que se limpiaran los esteros, que se desinfectaran las casas y las letrinas, la ropa tenía que ser lavada en el río, creó una policía militar para vigilar que se cumplan todas las medidas de sanidad.

“Él fue un hombre culto, que ya no asociaba la enfermedad a un castigo divino, sino a la falta de higiene. Sin embargo también tenía su parte oscura. Como en esa época también habían corruptos y personas que se aprovechaban del momento, él mandaba a fusilar a todos los que especulaban los precios de los alimentos, a los que vendían medicinas falsas o doctores que atendían a pacientes a cambios de que les den sus fincas o tierras. Así imponía disciplina y era un hombre muy respetado”, detalla.

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Guayaquil perdió en 1842 el 14% de su población por una epidemia.Archivos.

Otra acción que realizó Rocafuerte, que pudo ser replicada ahora con la COVID-19 pero que no se hizo, reflexiona Insua, fue a no tratar durante la emergencia sanitaria a todos por igual. Este gobernador consideraba que las misma medidas dados a los ricos no debería ser aplicadas a los pobres.

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“Él sabía que los ricos podrían guardar cuarentena en sus grandes casas amuebladas, pero los pobre en sus covachas, hacinados, no. Por eso les garantizó a los más necesitados alimentos y acceso al agua pura en pozos limpios. Se construyeron albergues para ellos. Porque los que tenían dinero iban río arriba a refugiarse en sus fincas y los que no, no”.

Con las medidas de sanidad, la fiebre amarilla desapareció de Guayaquil en 1843, en el siglo 19.

Luego de perder a un gran porcentaje de su población, Guayaquil recuperó densidad poblacional con la inmigración, que llegaba a la ciudad porque era un eje económico del país. La ayuda colectiva y la tasa de natalidad que era alta (las mujeres tenían muchos hijos), empujaron a la reestructuración poblacional del puerto.

“En esa época y en otros momentos de la historia de la ciudad, por incendios y epidemias, a la gente se le asignaba tierras para que trabajen y tengan fuentes de ingreso, a diferencia de ahora que las empresas quieren botar empleados o bajarles el sueldo”.

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Después de ese brote, en 1867 y en 1880, hubo nuevos brotes de la fiebre amarilla, pero no fueron tan dramáticos. En 1850 y en 1890 hubo dos brotes de viruela que también abrieron heridas profundas en la urbe. Cada una de estas epidemias se llevó entre el 7 y 8 % de la población de Guayaquil. La viruela llegó en un barco peruano y se curaba con pomadas y la quinina (un alcaloide natural), antes de la existencia de la vacuna que llegó en el siglo XX.

En 1918 llegó a Guayaquil la gripe española, otra pandemia, que aunque no causó muertes en el puerto, como lo hizo en Quito, provocó descontrol, miedo y hospitales y farmacias agolpados.

Las grandes epidemias como estas, dieron origen a la Junta de Beneficencia de Guayaquil y la Sociedad Filantrópica de Guayaquil, que nacen como mecanismo de defensa y ayuda solidaria a la ciudadanía.