Vencer el desencanto
Aunque son muchas las razones para que el acto electoral del próximo domingo no esté revestido del entusiasmo que tradicionalmente despertaban las campañas políticas, los ciudadanos no pueden caer en el pecado cívico de restarle trascendencia.
Lo que está en juego, sin metáforas, es el futuro de la nación. Ello incluye el futuro de nuestros hijos, el tipo de sociedad en que van a crecer y vivir. Las actuales generaciones tienen que asumir la responsabilidad del porvenir que se les va a heredar.
Uno de los patrimonios mayores del Ecuador, adquirido con esfuerzo y lucha, es el relativo goce de las libertades en que siempre se ha desenvuelto la actividad de sus habitantes. Entendiendo que no se defiende la libertad de nadie si no se defiende la libertad de todos, poco a poco se ha ido avanzando en la construcción de libertades políticas, pese a las restricciones de estos días. En cuanto a libertades económicas, el desempleo las ahoga y la anómala distribución de la riqueza impide que todos progresen con las mismas posibilidades y cuenten con las mismas oportunidades. En lo social, también ha sido sustantivo el avance, pero ni siquiera cuentan con agua potable y alcantarillado todos los pobladores, y en educación tampoco todos acceden al menos a la instrucción secundaria.
Hay pues motivos para el desencanto, pero las libertades son un bien a defender de los riesgos a que los proyectos de país que aspiran a volverse hegemónicos podrían someterlas, tal cual ha ocurrido en otras repúblicas americanas. A nombre del combate a la injusticia o por el ánimo de garantizar la seguridad de los ciudadanos, algunos políticos no titubean en restringirlas y se permiten alevosamente hacer de la libertad de expresión un enemigo, buscando mantener una comunicación hegemónica que además impida que se conozcan sus actos de corrupción, siempre vinculados al ejercicio gubernamental de los poderes absolutos.
Cientos de otras argumentaciones podrían (y deberían) de esgrimirse. La del respeto a los derechos humanos, por ejemplo. No se ha hecho, y es lamentable, puesto que las ideas no se defienden solas. La crisis económica copó la retórica electoral. Los ciudadanos, en las urnas, tienen que evidenciar el respeto a los valores sagrados que desean mantener. Por ello, no cabe dejar de concurrir a votar.
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