
De safari por el parque
Durante diez años, el Comité Cívico Barrial Brisas del Río-Comegua reclamó la regeneración del parque de su ciudadela, cuya superficie ronda los 8.500 metros cuadrados.
La roña ha decolorado los juegos infantiles, hoy desiertos y ocultos entre una impenetrable capa de hierbajos, que en algunos puntos sobrepasa los dos metros de altura.
A sus pies se abren paso varios charcos de aguas putrefactas, hogar de culebras, ratas y legiones de mosquitos. Algunos carteles que instaban a los moradores a mantener limpio el parque, recoger las heces de los perros y depositar la basura en los tachos ruedan por el suelo. Otros se retuercen en los árboles.
Los limeros han desaparecido, igual que la caseta de los niños, y las rejas que protegían el contador eléctrico se tambalean. Hay quienes incluso han avistado un zorro entre la hojarasca, donde las parejas de billetera vacía hacen el amor a hurtadillas.
Durante diez años, el Comité Cívico Barrial Brisas del Río-Comegua reclamó la regeneración del parque de su ciudadela, cuya superficie ronda los 8.500 metros cuadrados. Y después de múltiples gestiones y oficios, lograron que la Dirección de Áreas Verdes, Parques y Movilización Cívica invirtiera unos 104.000 dólares en 2010. Los técnicos y operarios municipales verjaron el perímetro, habilitaron una pista de concreto, instalaron bancas y columpios...
Hoy, los jardines, ubicados muy cerca de Sauces 4, en el norte porteño, parecen más bien un inhóspito paraje selvático. A sus 67 años, César Cevallos, antiguo directivo del colectivo vecinal, hipertenso y habitante del barrio por más de un cuarto de siglo, no tiene fuerzas para darle el mantenimiento necesario que el Cabildo exige a las comunidades tras devolverles las zonas verdes ya rehabilitadas. Y menos aún en la temporada de lluvias. Ni él ni las “cuatro o cinco personas” que lo hicieron hasta 2015, cuando dejaron el lugar abandonado a su suerte ante la “falta de apoyo” de los residentes.
“Aquí somos unas 50 familias. Pedíamos pequeñas contribuciones, de cinco dólares mensuales, para cortar los montes y tenerlo bonito. El tema era que muy pocos cooperaban. Así que nosotros mismos podábamos, regábamos... Y terminamos desanimados. En cuanto nos desentendimos, esto se quedó bien botado. No podemos más”, relata abatido a EXPRESO.
De noche, los mosquitos “devoran” a quienes osan pasear por las inmediaciones y se lanzan como kamikazes a las ventanas de las viviendas. Por eso el hombre lanza un grito “desesperado” de ayuda a quien desee escuchar. “Si alguien nos echara una mano, al menos para arreglarlo un poco, nos haríamos cargo. Porque es un desastre. Yo ni siquiera saco a mis perros a pasear. El año pasado hasta encontré una serpiente en mi casa”, remata.
Elizabeth Villafuerte, de 50 años, lleva dos en el vecindario, suficientes para sentir una punzante tristeza cada vez que camina por la zona. Además de secundar a Cevallos, resalta que el invierno pasado la maleza aún creció más salvaje: “El problema es la falta de unión. Nadie colabora. Es una especie de quemeimportismo”.
Otros como Guillermo Arias, de 45 años, recuerdan la época en que los muchachos peloteaban y andaban en bicicleta por el recinto. Él vive en el sur, pero trabaja como mecánico en un taller de la ciudadela, que también siente como suya. “Es muy triste. Un sitio tan especial... No he visto ningún parque tan descuidado en la ciudad. Da miedo”, apunta.
Hasta algunos jóvenes como José Chonillo, de 23 años, lamentan el deterioro que ha sufrido el que fuera punto de reunión de grandes y chicos. Le gustaría voltear la situación, pero ignora cómo reparar el desastre: “La poca elegancia que tenía este sitio se ha perdido. Y, encima, se ha convertido en un foco de enfermedades, en un riesgo para todos”.
Reacción Municipal
“No quisieron firmar el acta de compromiso”
El caso de Brisas del Río supuso un punto de inflexión. Abel Pesantes, director de Áreas Verdes, Parques y Movilización Cívica, explica a EXPRESO que dos dirigentes vecinales, entre los que no figura César Cevallos, “no quisieron firmar el acta de compromiso” cuando se oficializó la entrega del recinto. Así que ahora, los interesados en contar con estos espacios regenerados deben rubricar el documento antes de que comiencen las obras.
“Ellos tienen que mantenerlos en el día a día, más allá del apoyo que brinde el Municipio por el desgaste del tiempo”, indica.
No obstante, la próxima semana movilizará a un equipo para gestionar el problema y adecentar el lugar: “Intentaré incentivar a la comunidad, pero quiero saber qué ocurre”.